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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 21 A la descripción conjunta de cada una de estas secciones o asun– tos debe acompañar un análisis de los pormenores, tanto en el orden ritual sagrado como en el literario-musical, caso de que valga la pena. Es lo que me propongo hacer con la ayuda de Dios. Antes de proceder a inventariar las melodías y letras de los can– tos teúrgicos, etc., adelantaré un estudio del asunto respectivo de cada sección, lo suficientemente extenso como para que pueda el lector formarse una idea clara del mismo. Hay asuntos que podríamos llamar mudos. Tal es, por ejemplo, la misteriosa danza del jatabu o danza sacerdotal, cuya letra es nula, y su música se reduce al ingrato chillido del esemoi (rústico instru– mento de viento) o al turún, tururún del eruru o tambor guarao. Pero no por eso dejan de pertenecer al cancionero teúrgico. Existen, además, otros juegos que no tienen nada de musicales; sin embargo, por tener relación con las fiestas sagradas, los inclui– remos también en el cancionero teúrgico-mágico, no como figuras esenciales del cuadro, sino como meros motivos ornamentales del mismo. A su mismo carácter sagrado obedece la escasez de melodías y temas de la música teúrgica de los guaraúnos, en contraste mani– fiesto con la frondosidad del cancionero profano; y a este mismo carácter sagrado es debida igualmente la monotonía general de los cantos y su uniformidad en las diversas rancherías. No puede ser tan fértil el cancionero sacro como el profano, porque su inspiración y su uso está severamente reservado a los teurgos o magos y limitado a los lugares y fechas determinados por ellos. Fuera de estas fechas y circunstancias no es fácil oír cantos teúrgicos o mágicos en labios de los indígenas. De ahí que para conocer los cantos religiosos de los indios no basta visitarlos muchas veces, ni siquiera residir entre ellos durante temporadas. Es preciso llegar a sorprenderlos cuando están celebran– do sus fiestas y tener la suerte de ser admitidos a presenciarlas, ya que no es para todos ese favor. Con respecto a la monotonía y unifqrmidad de la música teúr– gica, su explicación está en que, por ser sagrada, el temor respetuoso a su profanación hace que la tradición la transmita invio1ada, tal como la cantaban los antiguos indios. Así se explica ese sello inconfundible de vetustez y severidad arcaica que reflejan todos esos cantos y danzas del Naja-Namu y los ensalmes y oraciones de los piaches. En cuanto a los cantos fúnebres o de las plañideras, tampoco son muy abundantes por parecidas razones.

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