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334 P. BASILIO M. DE BARRAL En medio de aquel cúmulo de tragedias de carácter diluviano no faltaban tampoco episodios sugestivos, hijos de las circunstancias. Tales fueron, entre otros, el de la culebra que, saltando del agua por afuera de las rejas de una de las ventanas de la casa, arrebató de las manos un pollito que la hermana Sor Pastora de Boñar es– taba acariciando dentro del recibidor, convertido en gallinero, y el que a continuación deseo consignar, por venir como anillo al dedo para el canto que comentamos. Es como recuerdo fraternal que dedico a los abnegados misioneros que en su carne conocieron el martirio de los pies cocidos, hinchados y deshollados por el ((chi– quichique)) y las demás desdichas de aquella catástrofe. A altas horas de la noche, cuando todo estaba en silencio y los religiosos dormíamos en la sacristía sobre la charca formada por las aguas invasoras, rompían a croar dos coros alternos de batracios, cuyos corales, a juzgar por lo que desde adentro podía apreciarse. debían de estar colocados, los de un coro hacia el lado de la Epís– tola, y los del otro, hacia el del Evangelio. Al oírlos me llama el Padre Gaspar (luego Monseñor Turrado Mo· reno, Vicario Apostólico que fue de Machiques), y me dice pondera– tivo: ((Escuche, Padre: los hermanos sapos comienzan a cantar mai– tines y laudes. Repare qué solemnidad, qué resistencia, cómo alaban a Dios mientras nosotros dormimos tan bien, a pesar del charco ... El del coro de la izquierda tiene la voz de un Chantre de catedral. .. )) A la siguiente noche quise observar los pormenores de la litur– gia usada por aquellas criaturas de Dios en sus salmodias noctur– nas y me quedé de guardia, esperando la llegada de los cantores. A uno y otro lado del presbiterio ardían sendas lámparas ante el Di– vino Prisionero ... A eso de las diez veo saltar de los últimos rincones de la iglesia, convertida en laguna, dos corpulentos ejemplares de estos rzcmio– boida dai-boro, enormes sapos verrugosos, los cuales, después de hacer unas piruetas a su estilo, vinieron por debajo del agua, cami– nando sobre el pavimento, en dirección al presbiterio. Al llegar a las gradas, junto al Sagrario, se separaron, marchando uno hacia la lámpara de la derecha y el otro hacia la otra, y se pusieron a mfi– rarlas como alucinados. Saltaron al comulgatorio debajo mismo de las lámparas, dieron unos pujos hacia la pared, cazando zancudos, y luego, puestos en posición, frente a frente uno del otro, iniciaron su monorrítmica salmodia, a coros sostenidos y alternos, salmodia que interrumpían a veces con un brinco para dar caza a algún insec– to, pero que reanudaban acto continuo. Estas eran las veladas de todas aquellas noches de diluvio en la misión de la Divina Pastora de Araguaimujo, en agosto del año 1943)).

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