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10 P. BASILIO M. DE BARRAL vivos por el procedimiento del reclamo y el escondite en la copa de las palmeras. Habiendo tenido ocasión de estudiar a fondo, sin prisas, la ín– dole de los gauraúnos, por haber vivido con ellos largos años y ha– ber tenido que manejarlos por razón del ministerio misional, puedo decir que el calificativo de «indios cuitados e inofensivos>> que han querido atribuírseles, no tiene nada de exacto. Ni han dado sufi– cientes motivos para que se les califique de indios agresores o agre– sivos, ni tampoco ha sido tan aguado su historial como para que no inspiren respeto y cierto cuidado ... Sabemos por la historia que los guaraos estuvieron siempre del lado de los misioneros y aliados con los españoles en sus luchas con los caribes. Nada tiene de extraño que recibieran con agrado en sus ranchos a los españoles, y más a los misioneros, como también los caribes recibieron con agrado a sus aliados los holandeses o ingleses. Lo cual no significa que los cari– bes fueran unos mansos corderos. Con tropas guaraúnas castigaron los españoles las osadías de los caribes de las montañas de Imataca. del Barima y del Guainí. El Padre Caulín dice que fueron tibitibis y chaguanes, o sea, guaraúnos de Mariúsa, los que guiaron a la gen– te de Keimis en su ataque a Guayana en 1618. Y no debían de ser tan inofensivos, cuando en un memorial presentado por el Padre Santander en 1714 al Consejo de Indias, refiriéndose a la subleva– ción de San Francisco de los Arenales, en la isla de Trinidad, se expresaba de esta manera: «Si los Misioneros abandonan a los in– dios de Trinidad, están expuestos Oos indios) a que vengan contra ellos los indios guaraúnos, que habitan sobre lagunas del río Orino– co y se llevarán a los indios de la Trinidad, como dicen sucedió pocos años ha, matando muchos domésticos de la isla, y que entre ellos dejaron asaeteados y por muertos a dos Misioneros Capuchi– nos)) 6 • Ni era preciso recurrir a documentos de épocas pretéritas. Recientes están las terroríficas venganzas guaraúnas contra los blan– cos durante la época de la explotación del balatá, que dan al traste con el infundado mito de su mansedumbre aparente. Aquellos em– presarios de los campamentos gomeros, que los habían creído corde– ros que se dejaban degollar, pagaron bien cara su equivocación. Dí– galo la hecatombe del Josimoida, que recordábamos al estudiar a los indios Ataisiguariaraos o de la comarca Guayo-Merejina. Dígalo la de J anakaguaja, en la que otros siete criollos fueron descuartiza– dos en sus mismas curiaras por los indios capureños. Macareo, Pe– dernales, Burojoida y otros lugares fueron testigos de episodios ho- 6 FRO !L.ÁN DE RroNEGRO, O. F. M. Cap.: Relaciones de las A1isiones de los Padres Capuchinos ... en Vene::;uela, lI, Sevilla, 1918. 215.

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