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262 P. BASILIO M. DE BARRAL Amakoro. Se trata del río Amacuro, que nace en las estribacio– nes orientales de la serranía de Imataca; corre en dirección nordes– te hasta la mitad de su curso, sirviendo de frontera entre Vene– zuela y la Guayana Británica. Aquí cambia de curso, y, paralelo al Barima, sigue en dirección noroeste, hasta desembocar en la ban– da oriental de la llamada Boca de Navíos, frente a las islas de Can– grejos, a diez millas de Punta Barima y a siete del faro de Barima. Sus fertilísimos fangales son terrenos insuperables para el culti– vo del arroz. Existen en su cuenca extensos sedimentos de caolín, bauxita y oro en sus cabeceras. Pocos lugares tan pródigos como el Amacuro en variedad de maderas blandas, duras y preciosas: Palo del Brasil, palo gateado, palo de oro, rosa de montaña, coco de mono, mora, laurel, canilla de venado, «motonayari)), guayabo sil– vestre, el oleaginoso carapa y las diversas especies de cedro. Crece silvestre el balatá, el caucho y la sarrapia, y el resinoso currucay; también abunda la vainilla. Al Amacuro se le llama el «río de los mosures)), ((de las aguas moradas)), y bien podemos sobreañadirle ((el del paludismo en– démico)). Los mosures son macizos flotantes de nenúfares y otras plantas flotantes, que en el Amacuro alcanzan extensiones considerables, y bajo de los cuales se guarecen culebras de agua de los más des– comunales tamaños. De ellos se habla más detenidamente en las anotaciones al canto Mosori Monika, de la sección náuticos. El color morado de las aguas del Amacuro, peculiar de todos los ríos y caños que recogen el caudal de sus aguas de los desbordes pluviales de los manglares, temichales, morichales, etc., varía en intensidad, conforme al caudal de aguas que trae, desde el marrón claro, tirando a guarapo de papelón (color que presentan las aguas recogidas en envases), hasta el morado oscuro, que es el ordinario que ostentan, miradas sobre el lecho del mismo río, y que en in– vierno conservan aún varias millas después de haberse adentrado en el mar. Es célebre el Amacuro, tal vez más que por nada, por su clima malsano, sobre todo por su paludismo endémico. Es verdad que desde su boca hasta sus fuentes hay sus más y sus menos, resal– tando sobre el resto algunos lugares, como, por ejemplo, los cerros de Wausa; pero, en general, bien se merece el sambenito de río del paludismo. Allí, como diría García Sanchiz, «hasta las aguas pare– cen querer morirse)).

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