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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 241 positan durante unos momentos en la orilla del río antes de em– barcarlo. Allí también, alrededor de la mortaja, se colocan las pla– ñideras, en la misma disposición que arriba describimos, y allí rea– nudan sus lamentos, llantos y cantos del modo referido. Al embarcar el muerto, además de los hombres que conducen la embarcación, se embarcan también un grupo de plañideras, las más allegadas al difunto; se sientan en torno al ataúd y van gri– tando y plañendo durante todo el trayecto hasta el sepulcro. Y llorando y plañendo regresan del cementerio sin dejar sus alaridos hasta llegar a la casa. Funeral en el río Bagre Como corroboración de todo lo dicho y por venir aquí como anillo al dedo, transcribo de mis apuntes misionales la descripción de un funeral presenciado por mí en la ranchería de El Bagre (Pe– dernales) el año 1940. Llegaba en plan de Misionero ambulante cuando ya el sol se había traspuesto y comenzaba la noche a extender sus sombras. Los indios varones estaban todos trabajando en la estación man– glera de Simoína, por lo que en la ranchería. aparte de dos hom– bres dedicados a la pesca. no encontré más que mujeres. Entre éstas había una, injerta de india y negro, fuerte. muscu– losa y de un aspecto desenfadado y agreste o fiero. Se llamaba La Mekora, la cual, aunque las apariencias mentían, estaba enferma de gravedad, con un ataque de asfixia que la ahogaba. Ya desde aquí transcribo de mi diario misionero: ((Me re– cogí a descansar en una esquina del rancho, esperando el llenan– te de la marea, que sería hacia la media noche. para seguir a la próxima ranchería. a donde llegaríamos con la del alba. Pero no me fue posible cerrar el ojo a causa de los quejidos en crescendo de la enferma y del alboroto que formaban las indias, puestas ya en plan de velorio. De vez en cuando me levantaba para ver cómo seguía la enfer– ma, cuyos gritos y contorsiones eran cada vez más violentos y de– sesperantes. Pero alrededor de las diez cesó todo ruido. La enferma dejó repentinamente de quejarse, y el rancho, envuelto en las densas sombras de una noche oscurísima, quedóse en un silencio de muerte ...
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