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234 P. BASILIO M. DE BARRAL ))El alma de los que mueren chiquitos se aparece a sus papás o familia. El niño aparece siempre sentado sobre la tierra de la se– pultura, la cara tapada con las manos; al llegar gente se pone de espaldas. llLos indios tienen mucho miedo a las almas de los otros indios muertos. Por miedo dejan sus ranchos cuando muere alguno y se van a otra parte. Para que el alma del muerto no venga de noche, los indios acostumbran hacerse una cruz con carbón en la frente el día del entierro, pues a la cruz le tendrá miedo el alma del di– funto 1 • Cuando hay varios ranchos, todos los indios se juntan en uno de ellos. Los chinchorros los cuelgan juntitos. En el ca– mino que va al lugar en donde está el muerto enterrado, ponen una totuma con agua y comida para que el muerto no venga a asustar– los de noche.)) Causas de la muerte Para los guaraos, como para nosotros, morir no es otra cosa que separarse el alma de su cuerpo. En cuanto a las causas de la muerte, los guaraos no reconocen otras que las suprahumanas: la brujería o la intervención de los espíritus malos. En su menta– lidad no cuentan las causas naturales como agentes de la enfer– medad y menos de la muerte. Se ríen impávidos del bacilo y de la bacteria. Esas cosas -dicen ellos-, tienen cuenta con los que no son indios, pero no con los guaraos. Y siguen filosofando de est,2 modo: así como los no indios están inmunizados contra las bru– jerías indias, de igual modo lo están los indios contra todos esos agentes que causan la muerte a los no indios. De esta mentalidad arranca su indiferencia olímpica en presen– cia de las enfermedades más contagiosas. Los piaches no tienen e1 menor reparo en manosear y ((jalar)) a los enfermos. Los veréis tan despreocupados al lado del tuberculoso, del sifilítico, del leproso o del virulento, como si aquellas enfermedades no tuvieran que ver nada con ellos. Más aún. Al bajanarotu lo veréis aplicándole fuer– temente los labios al enfermo, chupándole la piel o clavándole los dientes con toda furia, hasta abrirle ancha herida y extraerle san– gre con la boca. La causa de esa despreocupación ya se ha dicho: su persuasión de que los indios no pueden enfermarse ni menos morir, sino por arte de brujería. Por otra parte no les cabe en la cabeza la idea cristiana de la muerte. No es posible hacerles creer que Dios, siendo bueno, pue- J Se trata de indios que se han rozado mucho con cristianos.

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