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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 3 Jisaba-noko, la cocina. Es lo primero que se destaca al frente de las rancherías, emplazada sobre el propio río para simplificar el tra– bajo de las indias, ya que desde la misma cocina recogen de las cu– riaras el pescado y demás provisiones, y del río, el agua para coci– nar, lavar y beber. En todo el centro de la cocina está el fogón, una descomunal torta redonda de barro crudo, de un metro, más o me– nos, de diámetro, por unos 15 centímetros de espesor. Janoko (ja, chinchorro, noko, lugar). Es la propia casa: dormi– torio y sala de estar, en una sola pieza, consistente en un cuadrilá– tero rectangular, abierto a todos los vientos o, cuando más, prote– gido con unas hojas de palma por un lado. De las soleras penden los equipos de pesca y cacería, los mapires conteniendo los enseres que constituyen el menguado ajuar familiar y los pajaritos que crían para llevar a vender a los pueblos criollos; y de las vigas y tirantes cuelgan, enracimados, los chinchorros de todo el personal de la fa– milia, al pie de cada uno de los cuales hay uno o dos fogones, se– mejantes al de la cocina, si bien más pequeños. Estos los encienden durante la noche para protegerse contra el frío y los mosquitos. Dihaguaranoko. Es una choza de lo más rudimentario y pohre adonde las mujeres indias van a dar a luz. También le dicen nibo– manoko (nibomá, padecer su achaque la mujer, y noko, lugar), por– que es allí adonde también se recluyen las indias en su catamenio. La reunión de varias de estas viviendas familiares constituyen la janoko-sebe o ranchería, en la cual nunca falta la Jebu a Janoko (casa del Espíritu), una choza más, dedicada a santuario, en donde los indios guardan sus objetos sagrados y en donde celebran su cul– to étnico, como se verá en otra parte de esta obra. Tampoco suele faltar el jojo-noko (lugar de las danzas), donde celebran sus fiestas. Los matrimonios suelen ser endógamos, aún en contra del pro– pio criterio de los indios, debido al aislamiento en que se mantienen las rancherías entre sí, parte por temor a la piachería, parte por oponerse los idamotuma o jefes a la dispersión de los miembros de la fratría. La poligamia subsiste entre los guaraos, si bien en línea descen– dente, dándose entre sí las mujeres del polígamo el nombre de her– manas, daiba o dajía, respectivamente, según que sea la de más edad o de menos; y al marido común le dicen ka nibora, nuestro hom– bre. Son polígamos, por norma general, los indios de categoría, los jefes y los teurgos o sacerdotes, y los hechiceros; y el número de mujeres suele ser de dos o tres, si bien he conocido casos de cinco y aun de ocho. Hay en este particular dos casos interesantes: pri-

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