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216 P. BASILIO M. DE BARRAL Es que de ese modo los jebus, que cabalgan sobre las ancas de los vendavales, se quedarán enredados entre la maraña del bosque, sin que puedan llegar a la ranchería. Este dato he tenido ocasiones de comprobarlo hasta la saciedad. En los primeros días de la fundación de San Francisco de Gua– yo trataba el que escribe de persuadir a los indios de Osibukaju– noko la conveniencia de que consintieran en trasladarse para la isla de Burojoida, en donde nos sería fácil la fundación de un pue– blo en toda regla. Pero se resistieron tenazmente, alegando que, debido a los fuertes brisotes que allí soplan de continuo por ser ori– llamar, había muchos jebus y se enfermarían todos. El propio jefe de la ranchería de Burojoida, el viejo Sabino, me dijo que sí era verdad que en los continuos brisotes procedentes del nabautu, mar, cabalgaban los jebus; pero que a ellos -los nativos de Burojoida- no les molestaban debido a que él era güisiratu y los jebus eran sus amigos. Hay otro dato que comprueba el pensamiento guaraúno sobre la autointromisión del jebu invasor en el indio, sin intervención del güsiratu. Hélo aquí. Existe entre los indígenas de las rancherías más puras una repugnancia suma a viajar lejos de su zona, máxime a las tierras altas, por temor a los jebus, que, según ellos, están debajo de cada piedra. De modo particular son refractarias las indias, quienes difícil– mente se avendrán a dejar su radio de tierra conocida. Ese temor está fundamentado en una observación, que es la sigu:iente. ¿ Quién puede dudar que en el área del Delta Amacuro las tierras altas son las más palúdicas? En cambio las tierras del litoral, lavadas a dia– rio por las aguas de la marea, están casi inmunes de ese flagelo del paludismo, por no ser posible en ellas el desarrollo de las larvas transmisoras. Ahora bien. Por ser en su mentalidad el paludismo no otra cosa sino el resultado de la posesión del organismo por un jebu, y por ser las tierras altas lugares palúdicos, coligen los indios que en esas tierras altas es en donde tienen su residencia solariega los jebus. Las denominan a veces Jebu a jobaji, tierras de los jebus. No es nada extraño que tengan miedo de acercarse a ellas. Mi propósito es probar con todo esto que los jebus, según el pensamiento de los guaraos, entran en el enfermo por su cuenta; y que la función propia o esencial del teurgo es expulsarlos del pa– ciente, devolviéndole a éste la salud. Sin embargo también en el güisiratu se da acción ofensiva, aun– que como caso excepcional, enviando sus jebus amigos para que vayan a castigar a determinada persona o determinada ranchería. Como para la locomoción de los jehus no existen dificultades, por ser

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