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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 195 ((Una de las monikatas, pleitos, más tumultuosas que han tenido lugar en la Misión de Guayo, sucedió en uno de los últimos días de abril de 1945. José Rico, el Kobenajoro lridaja, Gran Gobernador, de la zona Guayo-Merejina, es uno de los personajes más heterogéneos, múlti– ples e interesantes, al par que peligrosos, existentes entre la pobla– ción guaraúna contemporánea. Heterogéneo por su genio, que ya se encrespa como las olas en tiempo de borrasca, ya se presenta calmo y manso como la superficie de una laguna. Múltiple, por la diversidad de ideas y sentimientos que luchan en su alma. Por una parte, los mitos de la gentilidad guaraúna, las obsesiones piacheras, que en él tienen raíces de milenios. Y por otra, las ideas serenas y esplendorosas de la religión cristiana, cuya explicación oye de buen grado y acepta de dientes afuera. Múltiple, en su vida de guaraobitu -guarao de pura cepa-, por una parte, y por otra, en la vida de cristianos que, por veces, desea sigan sus hijos, tal como se lo enseñan los Padres Misioneros. Y múltiple, fi– nalmente, en sus mujeres, ya que por ser guaraobitu o guarao enxe– bre, debe practicar la poligamia, como la practicaron todos sus ante– pasados. Actualmente no tiene más que tres mujeres; una de ellas la más joven de las viudas que dejó su padre al morir, y que es, por más relieve, hija de un hermano suyo llamado Asunción. Ahora bien. Una noche el célebre Gobenajoro soñó que los mu– chachos civilizados de la Reducción, ex alumnos del Internado de Araguaimujo, le habían jugado una mala partida, metiéndosele con su Raima, que tal es el nombre de la dama citada anteriormente en último término. Fue un simple sueño; pero para los indios de cate– goría teúrgica el sueño es realidad ... Por eso, al despertar José Rico, que es el brujo más temido del contorno, machete en mano se fue hacia la mujer, quien, al verlo en tal catadura, se perdió por el monte llamando a los pies amigos. Al amanecer vino el indio a la casa del Padre con una gritería y alboroto de fin del mundo, exigiendo a todo trance monikata, es decir, juicio sumario y castigo para los delincuentes sin más causa ni más prueba. Y el castigo exigido era de órdago: calabozo por tiempo y destierro perpetuo. El Padre, después de haberlo escuchado con la mayor calma, tuvo que manifestarle que en todo aquello no encontraba materia para introducir pleito, ya que no se trataba sino de un sueño, y los sueños no son más que eso. Aquí el salto del miura. ¡ Ni que le hubieran clavado banderillas de fuego! ...

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