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194 P. BASILIO M. DE BARRAL ca en que, por carecer de vivienda, me fue preciso residir en los mismos ranchos de los indios. Era para enloquecer ... Aquel ex– abrupto ululante de los piaches, aquella monotonía interminable durante horas y horas, no podré olvidarlos ... Y cuando un piache cesaba de cantar por este lado, comenzaba el de más allá por otra esquina, después el otro, hasta que le tocaba el turno al que estaba separado de mí nada más que por un rudi– mentario tabique de palma. Y esto un día, y otro, y siempre, sin seguridad de poder descansar nunca. ¿Qué cosa más semejante al infierno? Al despertar, desvelado por las primeras notas penetrantes del canturreo piachero, me sentía dominado por cierta excitación, como si tuviera calentura; me daba la vuelta en mi pobre chinchirro con la cabeza dolorida y me despedía del sueño por aquella noche. Al fin logré encararme con el jefe de la tribu. Le expuse lo que me pasaba, y le dije que, de seguir aquello. yo tendría que marchar– me de la ranchería, porque, de lo contrario, temía volverme loco. El indio comprendió mis razones, aunque me dijo que me sucedía aquella desazón por falta de costumbre, pero que con el tiempo me haría a todo. ¡ Buen consuelo! ... Sin embargo, desde aquel día ya pude dormir, pues aunque can– taban los piaches, lo hacían siempre desde el otro extremo del ca– serío. Consecuentes los indios con su creencia en la realidad objetiva de los sueños, para ellos las cosas y sucesos vistos en sueños mere– cen el mismo crédito que las que ven despiertos; y las impresiones recibidas durante el sueño son para ellos criterio de verdad para emitir juicio sobre la persona o el suceso soñado. Muchas veces, al hablarles de las cosas de la otra vida, nos pre– guntan si hemos visto a Dios, y al decirles que no, dicen que ellos sí lo han visto, que tiene este aspecto o el otro, que lleva el vestido de esta o de la otra manera. Y al preguntarles en dónde lo han visto, responden con el más infantil candor que en sueños... La vieja Teresa de Osibukajunoko (Guayo) me aseguraba que ella me había visto muchas veces durante varios años que permane– cí ausente de la Misión de Guayo, y que yo estaba dirigiendo el coro de cantores en la capilla y otras veces en la escuela. Pero todas aque– llas visiones no habían sido más que sueños que la buena vieja cali– ficaba de realidades. Con respecto al juicio de bondad o maldad, y, por consiguiente, de responsabilidad que les merecen los sueños, es elocuente testimo– nio el siguiente suceso que transcribo de mis apuntes misioneros:

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