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CAPÍTULO VI DESAGRAVIOS A LA ((MARAKAn Y A LOS «KAREKOS» Integralmente consecuentes con sus ideas sobre la santidad de la maraka y karekos, los ministros del culto guaraúno son esmerados en evitar cualquier peligro, aún remoto, de profanación de dichos objetos, procurando colocarlos en 1ugar seguro, reservados a la indiscreción y curiosidad de los ojos profanos, y desagraviándolos en caso de profanación. Viene aquí como anillo al dedo el suceso que voy a transcribir de mi diario misional, en cuya génesis y consecuencias tuve parte, si bien inconscientemente. Al fijar el sitio para establecer la reduc– ción misional de San Francisco de Guayo, comencé por hacer un desmonte de unas treinta hectáreas de terreno, con objeto de abrirle horizonte a la isla de Osibukajunoko y darle vista al río Guayo, siempre con la idea de, más tarde, establecer en todo el medio del espolón de la isla los edificios misionales, que dispondrían de doble acceso, uno por el Osibukajunoko y otro por el Guayo. Entre los cuarenta hombres que manejaban el hacha, había cinco muchachos, ex alumnos de nuestros internados de Araguaimujo y Amacuro, a quienes los indios «antañonesn, o sea, los indios de la ranchería, que estaban aún sin civilizar, designaban con el sobrenombre de Bare a natoromo, los nietos de los Padres. Es, pues, el caso que una noche, ya muy adelantados los trabajos de la tala, nos sorprende una encendida e interminable cantinela del teurgo o güisiratu principal de la ranchería, el Kobenajoro Lorenzo, quien se pasó toda la santa noche en sus cantos de piache. La noche siguiente, lo mismo. La otra, lo mismo. A la cuarta noche, cuando ya mi paciencia estaba a punto de esfumárseme totalmente, lo mismo. ¡ Cuatro noches de piacheo ! ¡ Cuatro noches de purgatorio para

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