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LOS INDIOS GUARAUNOS Y SU CANCIONERO 177 su güisaratu, y a ellos atribuyen el verse inmunes de peligros y calamidades que han castigado a otras rancherías. He aquí dos casos históricos que comprueban lo dicho. Para hacerles perder la fascinación que sienten por la vida montaraz, y para que no me faltaran por ello a la escuela, dedales yo no hace mucho a mis alumnos guaraos de la Escuela Misional de Guayo: ((No vayáis tanto al monte. Mirad que si os empeñáis en andar por el monte y perdéis la escuela, cualquier día se enojará Dios y os va a comer el tigre o la culebra de agua. A lo cual se apresuró a contestar una muchacha, Berta, con tal decisión y aplo– mo, que me dejó pasmado: Ka najoronaja tobe; oko ka maraka ja: tai seke ka yaoroya: ¡Ca! A nosotros no nos devora el tigre, por– que nosotros tenemos nuestra maraka; ella es la que nos cuida". Otro caso. Un día (1943) se me presentaron mis indios de Osi– bukajunoko, de regreso de una de sus pesquerías por las barras del Sacupana, trayendo consigo una caja de bombas de mano, que, res– tos de algún naufragio, habían encontrado sobre una playa, en la orilla del río. Los pobres indios, ignorantes de la malicia destruc– tora de tales artefactos, y llevados por la curiosidad, habían des– trozado a golpes de machete la parte superior de la caja; y no encontrando nada que comer, que es lo único que les interesa, me la llevaron a la Casa Misión para que les explicase qué era a4uello y para qué servía. Se lo expliqué, por cierto, recalcando cuanto pude las tintas sombrías. Les hice una prolija disertación sobre las bombas de mano, su uso en la guerra y los destrozos que causan; siendo tal el miedo que cogieron, que me decían: 11Padre, de sólo pensar eso que nos estás refiriendo, nos está dando n1eltas la cabeza, corno si estuviéramos "jurnos")I, Pero lo que viene a cuento fue la expresión de su jefe, José Rico, quien, dirigiéndose a todos, les dijo: ((Para que veais que nos protegen nuestros karekos y que nuestro Dios es grande y bueno para nosotrosn. Finalmente, los jebus de los karekos son el refuerzo de la po– tencia teúrgica del giiisiratu, cuando tiene éste que enfrentarse con otros jebus antagónicos, que a juicio de los indios poseen a un enfermo, para expulsarlos del organismo del paciente y devolverle la salud. A veces el teurgo no precisa hacer uso de la maraka, porque su virtud teúrgica personal es suficientemente poderosa contra el es– píritu posesor del doliente. Otras, en cambio, la potencia del espí– ritu invasor supera a la del teurgo; siendo éste el caso en que el

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