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PRESENTACIÓN XV fidelidad posible. Gracias a sus conocimientos musicales pudo eje– cutarlo así, aunque venciendo dificultades no pequeñas. Esto es lo que ha llamado mi atención en las páginas de este libro. Así he podido apreciar en conjunto la labor del P. Basilio María de Barral y enjuiciar los méritos que creo no son pocos ni de escaso valor. Los ANTIGUOS EVANGELIZADORES DE LOS GUARAÚNOS. Para completar esta presentación y facilitar al mismo tiempo la comprensión de algunas cosas que el P. Barral indica de pasada o deja entrever en algunos capítulos de su obra, quiero añadir, como ilustración, algunos datos históricos sobre la reducción y evangelización de los indios guaraúnos. Parece providencial que tal empresa humanitaria y apostólica haya estado confiada a los Capuchinos, así por lo que respecta a los tiempos anteriores a la guerra emancipadora (1810), como ya en nuestro siglo, al reanudarse las misiones en territorio vene– zolano. Fue en febrero de 1658 cuando el Gobernador de Cumaná, don Pedro de Brizuela, obedeciendo órdenes superiores, señaló a los Capuchinos aragoneses, como campo de su apostolado misionero, el valle de Cumanacoa y los extensos territorios circunvecinos, sin fijar límites concretos, quizás por ser desconocidos. Diversas na– ciones de indios poblaban aquellos llanos; entre ellos se contaban los guaraúnos. Fueron seguramente éstos los visitados ya en abril de 1659 por el P. Pedro de Berja. Entre las observaciones por él consignadas, una era que la mayor parte de sus casas ((están sobre los árboles, cuya subsistencia se conforma con los flujos y reflujos de las aguas, que, por ser llano, se anega casi todo el paÍS>). Los guaraúnos que ya entonces demostraron ser pacíficos, quietos y sencillos, expresaron sus deseos de poblarse, «si hubiera algún modo para ello, porque carece la tierra de sitios para su población)) 1 • Se trataba, sin duda, no de los guaraúnos que vivían internados en las anegadizas tierras deltanas, sino de aquellos otros que po– blaban las riberas del Orinoco y en sitios de tierra firme. Ni de unos ni de otros pudieron cuidarse de momento los Capuchinos. La obra civilizadora tuvo forzosamente que realizarse con lentitud y, antes de llegar a las riberas orinoqueñas o deltanas, fue preciso a los misioneros dedicar sus actividades apostólicas a las naciones 1 Carta del P. Agustín de Frías, capuchino y misionero en Cumaná, al obispo de Puerto Rico (Santa María de los Angeles del Guácharo, 21 julio 1660; Archivo Ge– neral de Indias [AGI], Santo Domingo, 641), publicada en Vene::uela Misionera, 23 (1961), 144-46.

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