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136 P. BASILIO M. DE BARRAL cientos y cientos de indios, procedentes de las distintas rancherías. En aquel entonces, resuelta la crisis gastronómica merced a las resacas del sabroso crustáceo que, próvida, les arroja la mar a sus pies, los indios, despreocupados, se entregan a sus diversiones pre– dilectas, entre las que ocupa lugar preferente la del naja-kara, ya descrita. Juegan por equipos que presenta cada ranchería; y los ((equi– piers)) van respaldados por la masa de sus «hinchas)). Estos se colo– can detrás de sus favoritos, comunicándoles el calor de su presen– cia, y animándolos con sus gritos durante la pelea. Sin que sea preciso que yo lo encomie, podrá el lector formarse por sí mismo una idea de la babel que armarán en tales circuns– tancias aquellas masas aborígenes ... Pregunté a los indios si sabían jugar al naja-kara y en seguida los bakaraos vinieron a decirme que ellos sabían y que deseaban jugar, siempre que el «Gobenajoro)) (Jefe Mayor) se lo permitiera. Les mandé que preparasen el naja-kara y que iniciasen unas luchas entre sí mismos para que aprendiesen los de Macareo; pero protestaron sus mujeres, diciendo que no consentirían que peleasen los bakaraos., porque eran hermanos; que peleando, aprenderían a pelear los de Macareo. Aunque a regañadientes les dimos la razón; de suerte que los maqueriteiios no tuvieron otro remedio que entrar en fuego, sin haberse visto jamás en tal fregado. Los combates Después de unas explicaciones que les hicieron los bakaraos, comenzaron una serie de pugnas, en que se vio cuánto más vale la práctica y la maña que la fuerza. Todos los varones más fornidos de Macareo, en número de die– cinueve, fueron desfilando uno después de otro; y a todos venció un solo bakarao, el cual durante los diecinueve combates con diecinueve distintos hombres, no dio un solo paso atrás, manteniéndose firme al pie de su naja-kara, como un peñasco entre los embates de dieci– nueve huracanes. Los indios de Macareo son gente curtida y endurecida en el tra– bajo diario, mejor alimentados, y su musculatura más neta y sólida que la de los indios morichaleros o «cimarrones)), como eran los bakaraos. Pero les faltaba aquella cosa que llaman «malicia depor– tiva)), o sea, aquella maña y pericia que sólo se adquiere con el frecuente ejercicio del deporte. De ahí que, por más que acometían con furia de ciclones, todo su empuje se reducía a espuma ... El bakarao, a la verdad, era todo un atleta. Joven de unos veinti– cinco años; no muy alto, pero sí de una musculatura de campeón.

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