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132 P. BASILIO M. DE BARRAL diez premios que hubiera, si los maqueriteños no hubieran sido veinte contra diez, y dos curiaras contra una, y sob1'e todo si no hubieran provocado el handicap de las luchas referidas para difi– cultar su vertiginosa carrera. Aunque no era justo, tuve que dar la navaja a los de Macareo. Pero en desquite le di a cada bakarvw una media cuarta de buen tabaco en rollo, y al Capitán, además, un sombrero: Seisa, m-araisa; yasi isanu, kabesekuju ekidarone, «ea, mi amigo, llévate ese som– brero a falta de pantalónn. Allí mismo se lo encasquetó. Y aseguro a mis lectores que val– dría la pena hacer un viaje a Macareo, sólo para darse el gustazo de ver aquel buen indio en cueros y luciendo sombrero nuevo ... Siguieron después las regatas de las mises. Las dos curiaras eran de gente maqueriteña (de Macareo), pues la timidez de las foraste– ras las inutilizó para participar en la competición. Como entre gente de familia, el regateo tenía que ser amistoso; por lo que le faltó la salsa de la pasión, reduciéndose a regatas in– coloras, inodoras e insípidas, como suelen siempre rematar las auda– cias femeninas, cuando se empeñan ellas en calzar botas que sólo caen bien a los varones. Está comprobado que las milicianas no va– len para Somosierra ni Guadarrama; y yo comprobé en Juaneida que el deporte no puede ser el mismo para la mujer que parla el hombre. Sólo para que no me comieran, entregué a la jefe de una de las curiaras, haciendo caso omiso de quién llegó antes o después, el trofeo, o sea, el frasco de agua de Colonia, para que la repartieran entre las veinte. Y marcharon las pobres indias felices, como si hubieran con– quistado la Hotentocia. 2. EL «NAJA-KARAll He aquí un bello deporte, guarao con todas sus barbas, y digno de ser conocido y propagado como deporte nacional. Se Jo brindo a la afición deportística venezolana, sobre todo a la muchachada entusiasta, esperando que ha de servir para despertar en ellos la afi– ción por las cosas de su protohistoria patria y por todo lo que se relacione con sus aborígenes, nuestros queridos indios. Tengamos presente lo que al comienzo decíamos: que lo que queda en pie de las razas precolombianas, está de retirada, y sus restos culturales a punto de desaparecer. Unos años más, y de ellos no quedarán otras noticias ni más indicios que los que nosotros hayamos aportado a los archivos, bibliotecas y museos.

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