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130 P. BASILIO M. DE BARRAL ¿Que esto no es novedad ... ? Pues levante el dedo quien haya visto un equipo igual. Comienzan el regateo dos curiaras, tripuladas por mujeres, quie– nes, después de dar varias vueltas, alternándose en las ventajas y desventajas, se reconcilian entre sí para lanzar el reto a los que han dado en llamar ((del sexo fuerte)). Y allá se van mis hijos de Tritón, entre galantes y fantoches, a recoger el guante arrojado por ]as sirenitas guarauneras ... De principio pienso que mis ojos van a presenciar el desarrollo de una batalla fluvial entre amazonas y centauros; pero pronto mi ilusión se desvanece y quiebra como un vidrio, por una de esas in– consecuencias tan propias del que lleva consigo esa caja en donde se guarda un azogue, el corazón, que si en ellas es de a:::zícar, en ellos es papelón, como canta la copla criolla. Cuando yo era muchacho, oía hablar con frecuencia a mis her– manos mayores de una posible guerra futura de mujeres contra hom– bres. ¡ Quiá ! , mis hermanas ... Desechad el temor. Está visto, y yo lo vi entre los indios de Juaneida, que mientras este naranjal de la vida se componga de hombres y de mujeres, no será posible que las medias naranjas empuñen las armas contra las otras medias ... Al efecto. Con unas florecillas que los indios arrojan a los pies de las hijas de Eva, hacen con ellas las paces y las dejan tranquilas en sus escarceos náuticos, mientras se disponen ellos a disputarse una flamante navaja que yo prometo al ganador de la competición. Pero renace el conflicto. Al enterarse las indias de la cuestión de la navaja, se encrespan y alzan su brazo desnudo, diciendo que tam– bién ellas quieren pelea y trofeo. Para no disgustar a las chicharras saco de mi maleta un frasquito de agua olorosa y se la prometo para ser repartida entre las tripulan– tes de la curiara que resulte vencedora. Con esto empieza la lucha. Comienzan las cuatro curiaras de indios. Dos de ellas con sus veinte tripulantes son de Macareo; una, de bakaraos; y la cuarta, de orujanaraos o tucupiteños. Les ordeno ponerse a la par y les doy el santo y seña de salida, que ha de ser la explosión de un cohete volador. Todos están listos, mirándome fijamente a la cara, como si la explosión del cohete hu– biera de verificarse dentro de mi frente. Vuela el cohete surcando el espacio, y va a estallar casi, casi sobre las cabezas de los tímidos orujanaraos, indios de Orujana. ¡ Urra, mis guaraos ! , les grito: jEixa, mikíf Los canaletas, como puñales, se clavan vibrantes sobre el cristal del río; y comienzan a arrojar paletadas de agua, como arrojan los toros de lidia paletadas de tierra con sus pezuñas. A su impulso, las

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