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116 P. BASILIO M. DE BARRAL diciéndole que se prepare, pues, esté donde esté, le van a tumbar y quemar el árbol donde vive: Guai, noko, 11obo110.. . ¡Munenu! ¡Muni-tane ... ! Ji nolw-ru-noko tokate. Ye-tokate. Guai, noko. Guai 11obono... Ji y-uba-m narimate. Araguate... ! Araguate ...! Viejo araguato, escucha.. . ¡Desventurado! ¡Infeliz... ! El árbol desde donde nos escuchas será quemadQ, será abrasado. Escúchalo, araguato. Araguato viejo, el árbol, dormidero tuvo, lo sacudiremos. · 1 A raguato... ! ¡Araguato... ! Y del dicho, al hecho. Terminadas estas amenazas, todos los in– dios se colocan en una larga fila en orden de batalla. Previamente las mujeres han descolgado o levantado los chinchorros de los ranchos. Conducidos por su jefe y teurgo, que va delante con una maraca sonora, el batallón de indios empieza a recorrer los alrededores in– mediatos a la ranchería, dando g-olpes a diestra y siniestra en busca del araguato. Las mujeres y niños se asustan mucho, sobre todo cuando la fila de batidores penetra por el interior de los ranchos, repartiendo estacazos en los horcones; y se forma una gritería y algazara que aquello parece el infierno. Al llegar de regreso a la plaza, los indios comienzan todos a dar fuertes golpes en el suelo con los vástagos secos de moriche, que restallan como si fueran auténtico::- disparos de escopeta. Semeja una batalla verdadera. Entre los estrepitosos restallidos de las porras. las nubes de pol– vo que levantan, y los clamores imprecatorios contra el aborrecido araguato, amanece. Ha durado la comedia de dos a cinco y media. Sólo entonces se puede acostar uno, pues con este juego terminan las fiestas de Ka-Nobo, hasta el próximo año.

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