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CAPÍTULO VIII «LA BATIDA DEL ARAGUATO)) Este juego viene a ser una zarzuela, o mejor dicho, una autén– tica ópera, representada en el escenario maravilloso de las selvas guaraúnas a la luz de la luna, ya próxima a ocultarse para ceder su puesto a la aurora. La vez que yo la presencié en la ranchería de Juaneida dio co– mienzo a las dos de la madrugada, para terminar al despuntar el día. Desde las nueve de la noche hasta las dos de la mañana el coro de hombres habían permanecido en sus rezos y rogativas a Kuai– Mare. Siguiendo mi método de costumbre, daré primero una idea con– junta sobre el asunto de esta pieza folklórica. con aquellos porme·· nares indispensables para poder apreciar su belleza; y a continua– ción expondré su desarrollo musicalizado. El jefe de cierta ranchería despacha cuatro partidas de indios a recorrer los alrededores, porque se ha corrido la voz de que por allí anda rondando un monstruo nunca visto, aunque nadie sabe toda– vía lo que es. Salen las partidas en distintas direcciones y se adentran en el corazón del bosque en busca del monstruo desconocido, mientras en la plaza quedan los demás indios esperando el resultado. Los indios de una de las partidas comienzan a cantar desde el interior de la selva, diciendo que. por más que han explorado toda aquella parte del bosque. no han encontrado monstruo alguno, sino solamente un viejo araguato en la copa de un árbol, al cual, habien– do preguntado qué hacía. no les había querido contestar.

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