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80 P. BASILIO M. DE BARRAL y mujeres, que habían permanecido como simples espectadores, se enrolan también entre los corales. Las indias, al lado de sus mari– dos, por el lado exterior del círculo, apoyando su mano y antebra– zo derechos en el brazo izquierdo de éstos; con sus bebés colgados de los pechos, en los güenepes, y los niños que ya pued::~n andar, caminando también agarrados a las batas de sus mamás, unos por delante, otros por los lados o por detrás. Detalle de la danza sacra del Jabi Sanuka o de las maraquitas. A veces tropiezan los pequeños y se caen y comienzan a hacer pucherotes, pero no se desprenden de las faldas maternales. Es un espectáculo de lo más pintoresco y gozoso. Las mujeres no llevan maraca ni tampoco cantan: todo eso es función de los varones. Ellas no hacen más que acompañar a los corales, guardar el ritmo de los cánticos con el golpe de los pies y aumentar con todo esto la emoción de la danza. En esta forma dan alrededor de la plaza seis o siete vueltas, hasta que todos se detienen, interrumpiendo la danza con una evo– lución artística y ritual en la terminación del canto, y levantando

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