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Lo que Cuentan Los Indios Guaraúnos El tigre se le plantó cerquita. Le pidió el venado. Y luego, se lo arrebató por la fuerza. El infeliz morrocoy le suplicaba: -Tigre, dame siquiera uno de los muslos de mi cacería. -No te doy nada -le contestaba el tigre-. Porque esta carne me gusta mucho. --Al menos, tigre, dame los intestinos de mi cacería ... -¡Bueno! -respondió el tigre-. Eso sí te lo daré. Se los entregó y el morrocoy se puso a cocinarlos. Morrocoy y tigre colocaron juntas las pailas en donde se cocinaba la comida de cada cual. Cuando ya la comida estaba muy bien cocida, de la paila del morrocoy sacó el tigre un poco para probar, y se lo comió con avidez. -¡ Oh, morrocoy! -exclamó-. ¡ Tu puchero sí que está requetesabroso ... ! Volvió a coger más con el cazo. Finalmente, agarrando la paila, se fue con ella. El morrocoy estaba que ardía ... Se apoderó disimuladamente del collar que "cargaba,, el tigre, y se marchó con él para el interior de la selva. Al enterarse el tigre, echó a correr tras el morrocoy sin lograr alcanzarlo. El morrocoy se arrojó al agua para pasar un río; y cuan– do estaba ya tocando la orilla contraria, lo divisó el tigre; pero creyó inútil perseguirlo ( *). e:,) Aunque el tigre nada perfeietamente, no tiene la facultad de resis– tir debajo del agua como la tortuga y el morrocoy, virtud que en el presente caso hizo posible la victoria del morrocoy sobre su te - rrible perseguidor. 211

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