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Lo que Cuentan Los Indios Guaraúnos -¡Zape, gato! ¡Déjame lo go.rdo, llévate lo flaco! El chico reprimió la risa. Cogió un pufia.do de plát~1- nos y fue a llevárselos a su hermana. -Tú no vengas -le dijo a la niña-. Voy a ver si le cojo más. Pero la muchacha se fue detrás de él. El chico se acurrucó detrás de la vieja por el lado del ojo tuerto, y con gran hahilidad consiguió atraparle otro puñado. -¡ Zape, gato, zape! Déjame lo gordo y cómete lo fla– co! -dijo la vieja. La nifi.a soltó una carcajada. -¡Ah, ja! ¡Ah, ja! -exclamó la tuerta- ;. Vosotros por aquí, pollitos ... ? -Abuela -respondió el niño-. Nos hemos perdido en el monte y no sabemos por donde se va a nuestra casa. La vieja los recibió en su choza y los cuidoba muy hien para que engordasen. Pasados quince días pidió que les mostrasen los dedos para ver si habían engordado. -Habeis adelantado, pollitos -les dijo-; pero todaYía estais flacos. Teneis que comer más. Y les daba cada día mejor comida. El muchacho sospechó de las intenciones de la v1eJa arpía; por lo que, cogiendo el rabo de un ratón lo guardó en el bolsillo. Al cumplirse el mes .. volvió la tuerta a llamarlos. -Traed acá el dedito, pollitos, para ver si Yais ade- lantando; pues como es ele noche no se puede ver. 176 El chico le ofreció el rabo del ratón en vez del dedo. -Abuela, ahí tienes mi dedito. Al palparlo, dijo ella:

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