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AUNQUE NO HUBIERA CIELO 379 Decía Fenelón que la doctrina del amor puro tenía larga tradición en la Iglesia católica. Tenía razón, aunque él abusó de tal tradición y la tergiversó. Nosotros la hemos visto ejemplarizada en el famoso soneto 1Vo me mueve, mi Dios, p,mz quererte. La teología de la caridad enseñada por Escoto es la única que ofrece fundamento teológico sólido para esta tradición mística, religiosa y ética. Esta sería la primera conclusión de nuestro estudio. Pero esta enseñanza escotista tiene amplia perspectiva de cara al futuro: abre camino para profundizar en el misterio de Dios Caridad, Amor puro; y del hom– bre como "criatura caritativa", capaz de amor puro: respecto a Dios y respecto a los hombres. En forma más general se abriría camino para reflexionar sobre este tema: La teologÍtl de Lz rnridad, tem,z preferencial de la teologít1 rntólirn deljitturo. La en– cíclica de Benedicto XVI "Dios es Ciridtlfl' (ai'io 2005), por su propio contenido, por los comentarios que ha suscitado, es buen estimulante para esta tarea. La teología de Escoto se encuentra especialmente bien situada para avanzar en esta dirección 1 ' 1 • servicio desinteresado del Reino de Dios. Es decir, promover la ética de la caridad, que es la ética específicamente cristiana. F. Guimet finaliza su excelente estudio sobre la caridad en Duns Escoro sugiriendo este mismo terna: "Algo habría cambiado en la historia del cristianismo en el curso de los últimos siglos, y tal vez en la historia de la civilización occidental, sí las anteriores perspectivas en la en– señanza de la caridad hubieran sido propuestas en forma generalizada en la enseñanza de la caridad, con preferencia a otras derivadas de la enseñanza del eudemonisrno moral". No estar– de, añade, para proponer la enseñanza de Escoto sobre la caridad a la reHexión, no solo de los cristianos, sino también de codo hombre éticamente honrado. Ya que la caridad es del codo conforme a los dictados de la recta razón, F. Guirnet, Conformité ,i la droite misan, en nota 18, 597. 61 Por nuestra parte, en escritos anteriores, ya hemos realizado algún intento en esta direc– ción, bajo la guía de Duns Escoco, Alejandro de Villalmonte, Contribución de la teología fran– cimm,i a zm,i teologÍtz deljitturo, en Lmtrentimmm 26 (1985) 702-755; Idem, Giro antropocén– trico de la teologít1 t1ctual en la perspectivtZ de ]umz Dzms Escoto, en NyG 41 (1994) 319-357.

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