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AUNQUE NO HUBIERA CIELO 377 tamente a la felicidad. Así lo pretende Malebranche y los que niegan la posibilidad del amor puro. Del hecho de que el hombre haya sido creado como "condiligente" de Dios se deriva: que el anhelo radical y más profundo del alma humana, no es el anhelo de felicidad, sino el anhelo de amar al sumo Bien "desiderium amandi Deum": deseo de amar al sumo Bien. Y surge la tesis que Escoto desarrolla en su estudio sobre la caridad teologal: que el hombre tiene capacidad natural para amar a Dios sobre todas las cosas. La caridad infusa viene a desarrollar y cumplir este deseo y capa– cidad radical del espíritu humano 5 8 • Así pues, la teoría del amor puro puede sustentarse sólo en una determinada concepción de Dios: Dios Caridad, Amor de liberalidad en sí y sus actuaciones ad extra. Pero implica también una específica concepción del hombre. El hombre ha sido creado para amar a Dios con caridad. Dios quiere otros coamadores suyos. Por eso, creo que darnos una buena definición del hombre si decimos que el hom– bre es una "criatura caritativa". En tendiendo el calificativo "caritativa" no en sen– tido popular y devocional de ser un hombre "limosnero". O bien en el mero senti– do ético del hombre que practica la virtud de la caridad con el prójimo y con Dios. Más allá de todo eso, al hombre lo calificamos de "caritativo" dando un significado óntico de la palabra: el que nosotros aquí calificarnos de "criatura caritativa", es un ser que está creado estructurado para amar y cuya razón última de existir es amar: ser un "condiligente" de Dios y del prójimo. En esta línea, tan perfectamente escotista, resulta muy agradable encontrar este texto en un filósofo cristiano: 58 Tiene importancia la afirmación escotista de que la voluntad humana puede amar natu– ralmente a Dios sobre todas las cosas. Da dos razones. La primera es que la recta razón dice que es ordenado y plenamente razonable que al sumo bien se le ame con e sumo amor. Pues, si la vo– luntad no ama con el sumo amor a aquel objeto que la inteligencia le presenta como sumamente amable, sería porque la voluntad es perversa, desordenada, que no sería libre para tender al bien tal como se lo presenta la inteligencia, Oxon., III, d. 27, q. un., (ed. Vives, XV, 367). "La caridad perfecciona la naturaleza, no la violenta. Por tanto si, por naturaleza la voluntad se amase a sí misma sobre todas las cosas, la caridad infusa vendría a violentarla (al ordenarla a amar Dios más que a sí misma)". Lect., III, d. 27, q. un., n. 44, (ed. Scot. XXI, 213). La segunda razón está tomada del ejemplo que presenta Aristóteles en la Ética: el ciudada– no valeroso (jórtis politicus) que entrega su vida por el bien de la República. Todos convienen en que es un acto razonable y éticamente honesto. Mucho más lo será el hecho de que alguien ame naturalmente a Dios, sumo Bien del universo.

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