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AUNQUE NO HUBIERA CIELO 361 La circunstancia accidental, condición previa es lo que se llama la, "reclama– ción": amar a Dios porque Él primero nos amó (I J n 4, 9). Cierto, el conocer que Dios nos ama y nos hace favores, como el crearnos y redimirnos, es un nuevo ali– ciente para amarle. Pero debemos amarle no tanto por este bien que nos hace, sino porque su actitud comunicadora de favores nos descubre una nueva f:1ceta de su interna amabilidad. Se ofrece nuevo esdmulo para amarle por su infinita, absoluta bondad. Y ella es la que, en última instancia, nos mueve a amarle con sumo amor 28 • 2. El amor puro y el deseo de la propia felicidad Frente a los que afirman que podemos amar a Dios con amor puro que se desinterese de la felicidad que Dios promete, surge esta tenaz objeción de fondo: El deseo natural de la propia felicidad motor de todo el dinamismo del espíritu humano. Un hombre razonable no debe ni puede renunciar a él. El filósofo N. Malebranche (1638-1715) desarrolló este tema con cierta pre– tensión metafísica, con la expresa inte11ción de combatir la teoría del amor puro propuesta por Fenelón. El deseo de ser feliz es el deseo radical del ser humano, dice, siguiendo a san Aguscín. Más que el deseo originario de ser en sí, el hombre desea ser feliz. Este deseo es la fuerza que pone en movimiento al espíritu, y lo estimula a amar todo lo que ama. Pues sólo se puede amar lo que da placer y trae felicidad. En Dios el deseo de felicidad nace en él mismo y se torna y cumple sobre sí mismo. Dios es infini– tamente feliz haciendo girar sobre sí mismo, por así decirlo, toda su infinita capaci– dad de amar. Y ama a las criaturas y las crea para que le glorifiquen y sean felices participando de la felicidad divina. En el ser finito, el deseo de felicidad implica una apertura hacia Dios. Por eso, es imposible que el hombre ame una cosa cual– quiera si no le afecta, en el sentido de estimularle a buscar la felicidad. De ahí que todo su amor a Dios es, por necesidad, interesado, en el sentido de que le afecta y atrae y lo cumple como medio indispensable para alcanzar a felicidad. Y concluye que es imposible, ilusorio e irracional el que alguien se presente como que ama a Dios prescindiendo de que Dios sea o no sea su Beatificador. La revelación puede 28 Lect., III, d. 27, q. un., n. 31, (ed. Seor., XXI, 209); Oxon., III, d. 27, q. un., (ed. Vives, XV, 360-361 ). Si se utiliza el concepto rígido aristotélico de amistad para hablar de la caridad, entonces el amor puro a Dios no es posible, si Dios no nos hace favores. Por eso, Escoto lo trasforma en amor de sobreamist,1d (supermnicititi): amor de justicia, amor de liberalidad.

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