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360 ALEJANDRO DE VILLALMONTE En este caso, podríamos dudar de que estemos cumpliendo el primer manda– miento de la Ley evangélica: Amarás al Sei1or tu Dios de todo corazón, con todo nuestro ser. Y una consecuencia práctica importante: sólo si vivimos así nuestro cristianismo cultivamos una religiosidad y una ética del amor, de la generosidad. Superando una religiosidad / ética dominada, en el fondo, por el interés y el deseo de la propia felicidad; religiosidad y ética mercenaria, utilitarista. Impulsadas por el llamado eudemonismo moral. l. El puro amor de caridad y su circunstancia Escoto, como teólogo especulativo, hace un fino análisis sobre el objeto for– mal, esencial del acto de amor a Dios en su puridad de tal, en su realidad abstracta y esencial. Pero tratándose de una realidad moral, del modo de obrar concreto de cada individuo, no se olvide que se trata de una realidad "circunstanciada", como dice Escoto. Es decir, marcada por las circunstancias concretas en las que se ejerce por el individuo el acto de amar a Dios La primera, la más obvia y determinante es el hecho de que, la caridad de que se trata, es la del cristiano en estado de viador. Por tanto y para nuestro estudio, la caridad cuyo objeto primero, esencial es la bondad de Dios como es en sí, ha de ser ejercida dentro del marco descrito por las virtudes teologales de la fe y de la espe– ranza. La fe ofrece un conocimiento de la bondad de Dios en espejo oscuro, borroso. Lo que condiciona el modo de amar de la voluntad. Por su parte, la espe– ranza presenta la bondad de Dios como una realidad que no está presente al amante, sino como lejana y ardua de lograr. Que provoca deseo, aunque no amor de caridad en sentido formal26. En forma más concreta sei1ala Escoto un doble condicionamiento en el ejercicio concreto de la caridad. Existe "una condición accidental previa al acto de amar a Dios; y una condición accidental concomitante y consiguiente al acto de amar en cuanto tal" 2 -. 26 Los defensores del "amor puro" estilo quietista, intentan romper este cuadro marcado por fe y esperaza y creen tener un conocimiento de Dios similar al de los bienaventurados. O bien dicen que, aunque el conocer sea velado por la fe y lejano por la esperanza, el amor los desborda y se manifiesta en toda su plenitud. San Juan de la Cruz es más sobrio. Habla de una "fe ilusrradísima", pero siempre fe y noche oscura. Siempre persiste entre Dios y el alma, un tela que hay que romper cuando llegue el encuentro perfecto. 2 - Lect., III, d. 27, q. un., n. 26, (ed. Seor., XXI, 208); Oxon., III, d. 27, q. un., (ed. Vives, XV, 360).
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