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AUNQUE NO HUBIERA CIELO 359 Esta opinión la confirma en otro texto: El objeto de la felicidad de Dios y de la mía es d mismo; (como lo es la visión de la esencia divina) pero Dios no es objeto de su caridad incluyendo en ella el ser un bien para mi, ni para sí mismo. Porque, el amarse Dios a sí mismo, no es un volverse men– talmente sobre sí mismo en un primer acto. Ya que es feliz amándose a sí mismo por sí mismo. No deseando nada par,1 sí, en b medida en que pueda haber en Dios amor de convenicncia 2 º. Resumiendo la argumentación del Doctor Sutil tenemos que, según él, hemos de poner como objeto esencial, primero y formal de nuestro amor la amabilidad intrínseca, intensivamente infinita que Dios posee en sí mismo, en cuanto es esta esencia, en su mismidad de tal. De lo contrario no lo amamos según toda la amabi– lidad que Él en sí posee. Antes y con independencia de que Dios sea un bien para mí. Este hecho será un aliciente, un motivo secundario, concomitante, sobreve– nido, accidental. Ya que toda relación de Dios a la criatura es relación de razón, accidental. Igualmente, si amo a Dios principalmente porque es mi Beatificador, no lo amo con la forma de amor más perfecta y noble de que es capaz la voluntad humana: el amor de justicia, amor de benevolencia, de amistad, de liberalidad. Le amaríamos con amor de conveniencia, interesado, mercenario. Que evidentemen– te, es una forma de amar menos noble. No le amaríamos como Él, en justicia, me– rece ser amado. Ni como nosotros, en justicia, debemos amarlo. Oxon., III, d. 27, q. un., (cd. Vives, XV, 355-356). Todo el rema del objeto de la caridad, ihidem, 35 1 ±- 385. Texto latino en Lcct., III, d. 27, q. un., n. 22 (ed. Scot., XXI, 206). Se insiste en la misma idea: hablando del objeto de la caridad se pregunta, en primer lugar, cuál su objeto esencial y formal, y dice: "es la r,1zón del sumo Bien en sí. Porque, el sumo Bien bajo la misma razón for– mal es objeto de la caridad de Dios y de la nuestra. La primera razón de por qué es amable para la propia voluntad de Dios no es porque sea un bien para mí, ni para ti, ni siquiera para el mismo Dios. Pues tal referencia pertenece al amor de conveniencia (il_/fectio cmmnodi) en la me– dida en que -a nuestro modo de ver- se distingue en Dios, del amor de justicia (,zfjéctio iusti– tiae ). Por eso, la primera y más perfecta razón objetiva de la amabilidad de Dios es su bondad absoluta. Por ella se le ama con amor de amistad" (que es el más perfecto) .... Y así, "cualquier inteligencia puede juzgar que la esencia infinita de Dios ha de ser amada con el amor sumo. Por tanto, mientras Dios sea esta esencia infinita, subsiste la razón de amarle sobre todas las cosas. Pero amarle por que es bien para mí, para ti, para él mismo, sería amarle con amor de concupi– scencia. Que no puede ser el acto más perfecto de la voluntad", Lect., III, d. 27, q. un., n. 27-28, (ed. Seor., XXI, 208).

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