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364 ALEJANDRO DE VILLALMONTE 44 era considerada ésta constantemente, como saber identificado con la Sagrada Escritura. Las fórmulas "sacra doctrina", "sacra scriptura'' circulan como sinónimas. El concepto aristotélico de ciencia, la distin– ción entre objeto formal, material, etc., no habían hecho su aparición o al menos no se habían comenzado a aplicar a la ciencia sagrada. La teología apenas intentaba ser más que una "teología bíblica", realiza– da según los medios culturales y los auxilios exegéticos que entonces tenían a mano. Guiados pm: ideas agustinianas, les parecía del todo evidente que la Sagrada Escrih1ra tenía como centro a Cristo; y, por consiguiente, la ciencia teológica que se edificaba sobre la Escritura y en contacto directo con ella, no podía menos de aparecer como plena. mente orientarla hacia Cristo. Según RommTo DE MELUN toda la cien– cia sagrada ("sacra pagina") tiene por materia u objeto constante la encarnación del Verbo de Dios, con los misterios que la precedieron. la acompañaron y la siguieron 91 • En el siglo trece tuvo resonancia la opínión de ROBERTO GnossE– TESTE. Conoce la doctrina aristotélica y está influenciado por su me– todología científica, y la nueva terminología está presente en sus es– critos. Pero en el fondo pem1anece fiel a la concepción tradicional e intenta exponerla en forma más sistemática. La dependencia íntimo. entre Sagrada Escritura y teología está bien visible en el Lincolnimsé; pero él habla constantemente de "Teología" cuando quiere explicar el sujeto de "esta sabiduría sacratísima que se llama t~!ología". El "sujeto'' de esta sabiduría señalan algunos al "Cristo íntegro, es decir al Verbo encamado con su cuerpo que es la Iglesia". En la unidad del Cristo total, cree encontrar el Lincolniense fundamento suficiente pa– ra salvar la unidad de la ciencia sagrada. Porque en Cristo tenernos: la unidad de Dios y el hombre, la unidad de todos los miembros con Cristo en participación de la Eucaristía en la cual se come la carne de Cristo". De las cuales uniones se forma una unidad superior; lo que llamamos la unidad del Cristo íntegro (o total). Y de esta unidad pecu– liar, de agregación, podemos descender a la unidad de1 Dios en la Tri– nidad, a la unidad del Verbo encamado, a la unidad del cuerpo místi– co que es la Iglesia y a la unidad de las almas en gracia con la Trini- 91. Tomado de MERSCH, La Théo/og. du C. Mystiqué, voi. I, pg. 72-73. - AIÍÍ mismo puede verse una breve reseña histórica de este problema, pgs. 656-90.
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