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PRÓLOGO ticista en manera alguna restan valor a cuantas medidas tiendan al mejoramiento de la especie y al bien social, a condición de que los medíos sean lícitos y morales. Refu– tamos que el Estado se oponga a los mandatos del amor y de los consentimientos, incluso en el caso de que la co– yunda acarree perjuicios para la salud de los consortes o de la descendencia; pero sería insensa~o que se dejase en la ignorancia a futuros consortes enfermizos sobre las funestas consecuencias de su imprudente unión. Infiérese la necesidad del consejo médico prenupcial, libre y volun– tario, convenientísimo, que mucho mejor que el certifica– do médico estatal impide el aparejamiento de enfermos y tarados. Apriorísticamente ha de presumirse ineficacia al certi– ficado prematrimonial obligatorio, aunque el médico pro– ceda honradamente, pues los novios solicitantes disimu– larán, si así les conviene, taras y dolencias, de casi imposible descubrimiento, por muy meticulosa que sea una exploración, efectuada contrariando la libertad indi– vidual. Las amenazas de fortísimas multas a los facultati– vos suscriptores ele certificados prenupciales de compla– cencia indican, c1arísimamente, los frecuentes abusos y la alegre facilidad en la expedición de tales ejecutorias de pureza de sangre. Fomentaremos socialmrnte la ventajosa costumbre de que los sujetos en trance de nupcias consulten al médico sobre sus conveniencias eugenésicas e higiénicas, pues el - VII -

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