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PRÓLOGO biólogos fallan, frecuentísimamente, al aplicarse al ser humano los principios que guían a ganaderos y horticul– tores en el cruzamiento de animales y plantas para el mejoramiento de las razas. Constituye inconcusa verdad científica que el valor biológico de cada hombre depende de la calidad de las comunes disposiciones hereditarias, tanto corporales co– mo anímicas; pero las probabilidades cie transmisión he– reditaria de las buenas y maias disposiciones somatopsí– quicas sólo cientro de muy restringidos límites podemos vaticinarlas. Siempre puede oponerse al sectarismo euge– nísta que de padres imbéciles y tarados nacen hijos inte– ligentísimos, robustos y vigorosos; y viceversa, que los genios suelen engendrar prole de muy mediocre inteligen– cia, como los atletas, descendencia enc1eque y enfermiza. Por cuidadosos que sean los cruzamíento5, por acerta– da que parezca la selección de los padres, por científica que resulte la aplicación de los principios eugenésicos a la elección de contrayentes, jamás pronosticaremos cier– tamente si de tales padres robustos, bellos e ingeniosos nacerán hijos igualmente fuertes, hermosos y talentudos. Y es imposible el cierto augurio porque en la herencia humana intervienen más complicados procesos que en los animales y plantas, independientemente de la acción de factores ambientales, frusta<lores en muchos casos de las más alagüeñas de las esperanzas eugenésicas. Empero las objecciones que merece la Eugenesia gene- VI --

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