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PROLOGO Dogmática y pretensiosamente definía KAISERLING, po– co después de terminada la precedente conflagración mun– dial, la hora del mundo como «la hora de la Eugenesia», en huera y elegante frase, expresiva de las momentáneas preocupaciones de biólogos y sociólogos. Pocos años más tarde alcanzaba el movimiento eugenésico mundial su pleamar, y la más bárbara y atrevida de las medidas euge– nésicas, la esterilización de los tarados, implantábase en la civilizada Europa, no sin la protesta de algunos hom– bres de ciencia. Todavía ha de lamentarse que velando los Estados por discutibles derechos, osaren la proclamación de leyes restrictivas de la unión conyugal, interponiendo a la libertad individual un certificado de previo reconoci– miento médico de los consortes. Hubiera sonado, cierto es, la hora de la Eugenesia pa– ra el mundo, si las leyes de la llamada herencia biológica se cumplieran fatal e irremisiblemente; empero examina– das científicamente, resulta que no se trata de verdaderas leyes biológicas, sino de la reunión estadística de una se– rie de hechos experimentales, en tal suerte que, no obs– tante los esfuerzos de los investigadores, carecemos hasta ahora de exactas normas para la predicción de los resul– tados de los cruzamientos humanos. Los cálculos de los -V-

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