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110 P. SOBRADILLO ble y enfermizo, como lo prueba la historia de muchos santos de la Igl¿sia; baste recordar al Apóstol San Pablo que, aludiendo a su constitución enfermiza, decía: « Este tesoro (el del ministerio apostólico) lo llevarnos en vasos de barro frágil y quebradizo, para que se reconozca que la grandeza de poder que se ve en nosotros es de Dios y no nuestra» (1). Por eso todos aquellos que se oponen a que los enfer– mos contraigan matrimonio, porque conjeturan que engen– drarán hijos defectuosos, «se olvidan, dice Pío XI, de que es más santa la familia que el Estado y de que los hom– bres no se engendran principalmente para la tierra y el tiempo, sino para el cielo y la eternidad» (2). Luego según el sentir constante de la Iglesia, manifes– tado últimamente por Pío XI, los enfermos, contagiosos y no contagiosos, «son de suyo aptos para contraer nrntri– monio» (3). Este derecho de los enfermos a contraer matrimonio t>s proclamado por el citado Romano Pontífice, después de considerar todas las razones o indicaciones médicas, terapeúticas y eugénicas que se aducen en contra: «La Iglesia, Madre piadosa-dice en la Encíclica «Casti Con– nubii» - , entiende muy bien y se da perfecta cuenta de rnanto suele aducirse sobre la salud y peligro de la vida (1) !l.ª a los Cor., IV, 7. (2) Cf. Acta Apostolícae Sedis, l. c., pág. 565, Colección de Encícli– cas y Cartas Pontificias, pá_g. 716. (3) Cf. Acta Apostolicae Sedis, 1. c., púg. 565; Colección de Encícli– cas y Cartas Pontificias, pág. 715.
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