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108 P, SOBRADILLO adoradores suyos, le conozcan y le amen, y finalmente le gocen para siempre en los cielos; fin que supera, por la admirable elevación del hombre, hecha por Dios, al orden sobrenatural, cuantc el ojo vió y el oído oyó y ha subido al corazón del hombre» (1). Además, habiendo sido elevado el matrimonio cristia– no a dignidad de sacramento y escogido por Jesucristo pa– ra ser el signo sensible de la unión mística entre Cristo y su Iglesia, el matrimonio cristiano tiene un fin que supera al matrimonio considerado en el orden natural y que su– pera también al matrimonio de la ley mosáica: el matrimo– nio cristiano no solamente propagará la vida en el orden natural, como sucedería en el caso de que el hombre no hubiese sido elevado al orden sobrenatural; y no solamen– te creará hijos para el cielo, como el matrimonio contraído por los antiguos patriarcas del antiguo testamento; sino que el matrimonio cristiano, por ser sacramento, propaga– rá los verdaderos adoradores de Dios rn la Iglesia de Cristo. Por esta razón decía el inmortal León XIII en la Encíclica «Arcanum divínae sapientiae», del 10 de febrero de 1880, acerca del matrimonio: «Se asignó a la unión ma– trimonial un fin mucho más noble y elevado que el que antes se le atribuyera; pues quedó establecido que se diri– giera, no sólo a propagar el género humano, sino a en– gendrar la prole de la Iglesia con ciudadanos de los santos y domésticos de Dios (Ad Eph. II, 19); esto es, para que se (1) Cf. Acta Apostolícae Sedís, l. c., pág. 544; Colección de Encícli– cas y Cartas Pontificias, pág. 697.
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