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ENQUIRIDION DE DEONTOLOGÍA }If;DICA 123 la naturaleza, y otra cosa es la deificación de esta naturaleza y de las fuerzas materiales en la negación de su autor. ¿Qué hace, por el contrario, el médico digno ele su vocación? Se apodera de esta misma fuerza, de estas propiedades naturales, para procurar, por medio de ellas, la curación, la salud, el vigor y, frecuentemente, lo que vale más todavía, para preservar de las en– fermedades, del contagio o de la epidemia. En sus manos, el poder temible de la radiactividad es captado, gobernado para la curación de males rebeldes a todo otro tratamiento; las propiedades de los venenos más virulentos sirven para procurar remedios efica– ces; todavía más: los gérmenes de las infecciones más dañosas se emplean de todas las formas en la sueroterapia y en la vacuna. 107. De dó~de se derivan los principios de la deontología médica. --La moral natural y cristiana, en fin, mantiene siempre sus derechos imprescriptibles; es de ellos, y no de consideraciones de sensibilidad, de filantropía materialista, naturalista, de donde derivan los principios esenciales de la deontología médica: digni• dad del cuerpo humano, preeminencia del alma sobre el cuerpo, fraternidad de todos los hombres, dominio soberano de Dios sobre la vida y sobre el destino. Hemos tocado ya en muchas ocasiones buen número de puntos particulares concernientes a la moral médica. Pero he aquí que se plantea en primer término una cuestión que reclama, con no me– nos urgencia que las otras, la luz de la doctrina moral católica: el de la fecundación artificial. No podpmos dejar pasar la ocasión presente para indicar con brevedad y a grandes líneas el juicio mo– ral que se impone en esta materia. 108. Principios morales sobre la fecundación artifioial.- 1.0 La práctica de esta fecundación artificial, en cuanto se trate del hombre, no puede ser considerada ni exclusivamente, ni aun principalmente, desde el punto de vista biológico y médico, dejan– do de lado el de la moral y el derecho. 2. 0 La fecundación artificial fuera del matrimonio ha de conde– narse pura y simplemente como inmoral. Tal es, en efecto, la ley natural y la ley divina positiva de que la procreación de una nueva vida no puede ser fruto sino del matrimonio. Sólo el matrimonio salvaguarda la dignidad de los esposos (principalmente el de la mujer en este caso), su bien personal. De suyo sólo él provee al bien y a la educación del niño. Por consiguiente, respecto a la condenación de una fecundación artificial fuera de la unión conyugal, no es posible ninguna diver– gencia de opiniones entre católicos. El niño concebido en estas condiciones sería, por ese mismo hecho, ilegítimo..
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