BCCCAP00000000000000000000478

E1'QUIRIDION DE DEONTOLOGÍA ?.!ÉDICA 121 hecho de representar aquí a treinta naciones diferentes, cuando las fosas cavadas por los años anteriores a la guerra, los de guerra y los de la postguerra distan todavía de estar rellenos; el hecho de venir a decirnos los altos pensamientos que presiden vuestros in– tercambios en el dominio médico; el hecho, en fin, de que ejerzáis en este dominio, más que una simple profesión, un verdadero y excelente ministerio de caridad, todo esto es de naturaleza tal, que bien puede aseguraros de nuestra parte la más paternal acogida. Esperáis de Nos, juntamente con nuestra bendición, algunos con– sejos tocantes a vuestros deberes. Nos contentaremos con comuni– caros unas breves reflexiones sobre las obligaciones que os im– ponen el progreso de la Medicina, la belleza y la grandeza de su ejercicio, sus relaciones con la moral natural y cristiana. 104, El espíritu cristiano aplicado a los progresos de la Me– dicina.-Desde hace largos siglos-y, sobre todo, en nuestra épo– ca--se manifiesta incesante el progreso de la Medicina, progreso se– guramente complejo, y cuyo objeto abraza las ramas más variadas de la especulación y de la práctica. Progreso en el estudio del cuerpo y del organismo, en todas las ciencias físicas, químicas, naturales; en el conocimiento de los remedios, de sus propieda– des y de las maneras de utilizarlos; progreso en la aplicación a la terapéutica no solamente de la fisiología, sino también de la psi– cología, de las acciones y reacciones recíprocas de lo físico y de lo moral. Atento a no descuidar ninguna de las ventajas de este progre– so, el médico está continuamente atento a todos los medios de curar, o al menos de aliviar, los males y sufrimientos de los hom– bres. Cirujano, se dedica a hacer menos penosas las operaciones que resulten necesarias; ginecólogo, se esfuerza por atenuar los dolores del parto, sin poner, sin embargo, en peligro la salud de la madre o del niño, sin correr el riesgo de alterar los sentimientos de ternura maternal para el recién nacido. Si el espíritu de simple humanidad, el amor natural de nuestros semejantes, estimula y guía a todo médico concienzudo en sus investigaciones, ¡ qué no hará el médico cristiano, movido por la divina caridad a entregar– se, sin ahorrar cuidados ni escamotearse a sí mismo por el bien de aquellos que con razón, y según la fe, mira como a sus hermanos! Ciertamente, goza con todo el corazón de los inmensos progresos ya realizados, de los resultados ya obtenidos por sus predecesores, proseguidos hoy por sus colegas, con los cuales se solidariza en la continuidad de una magnífica tradición legítimamente orgullosa también por la parte con que él contribuye. Sin embargo, jamás se considera satisfecho: ve siempre por delante nuevas etapas que recorrer, nuevos avances que conseguir. Trabaja en ello apasiona-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz