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114 AGAPITO DE SOBRADILLO za? Un imperceptible grano de polvo resulta intolerable, y mien– tras permanece en el ojo, puede impedir al hombre seguir su tra– bajo. Sin embargo, ¿qué cosa hay que pueda compararse con la más ligera conjuntivitis, con una úlcera pasajera en la córnea? Los ojos pueden sufrir de tantas maneras, desde sus partes ex– ternas hasta las más profundas, sin hablar, además, de los sufri– mientos morales, consecuencias bien humanas, pero comprensi– bles, de la alteración de un rostro amado, que en otro tiempo ilu– minaban sus ojos, los más bellos y más puros. ¡ Cuántos progresos han realizado vuestra ciencia y vuestro arte después de la invención del oftalmoscopio de Helmholtz y, sobre todo, después de los estudios de Bichat ! De todas las afec– ciones que se clasificaban antes bajo el nombre genérico de oftal– mía ha aparecido, con la variedad de sus causas, innumerable mul– tiplicidad: infecciones diversas, traumatismo, debilidad general, depresión senil, y después los pobres ojos, abrasados por el clima ardiente, por la luz demasiado intensa, por el sol ardiente, por el exceso de trabajo y tambión por las lágrimas. Se ha dicho con verclacl que muchas causas puedc)n ser vistas solamente por los ojos que han llorado mucho. Sin embargo, un día, cuando aparezca la gran luz, que brilla sin sombras y que no tendrá ocaso, «ahsterget omnem lacrimam ab oculis eorum» (en– jugará toda lágrima de los ojos de los elegidos) (11:1). No habrá entonces más luchas, ni dolores, ni llantos, porque su tiempo ha– brá pasado. En la imposibilidad de anticipar acá en la tierra el día ele aquella luz cc 0 leste, vosotros queréis, al menos, reogenerar, para alegría de los pobn,8 mortale8, la vista ele la luz que brilla sobre esta tierra. I•!n lo íntimo ele vuestro corazón os parPce oír como en un eco el grito suplicante del ciego: ((Ut vicleam ! » (que yo vea). Paciente– mente, diligent1,nwnte, vosotros escrutáis el maravilloso aparato de óptica construído por Dios, c,n comparación del cual los más perfeccionados-y los hay muy perfectos-no son más que burdas máquinas. Vosotros no habéis descubierto todavía los defectos ac– cidentales que sabéis corregir, las enfermedades que sabéis curar, las lesiones que sabéis reparar, el desgaste que sabéis remediar. Después ele haber tan cordialmente compadecido las penas, y trabajo con tanta atención para aliviarlas, vosotros no conocéis más bella recompensa de parte de vuestros pacientes que oír de sus labios, ele leer, sobre todo, en su mirada iluminada esta sim– ple palabra de conmovida gratitud: «Yo veo». Pero un premio in– finitamente más bello os está ofrecido por el «Padre de las luces» 1115), el cual quiere dar en esta vida a vuestra inteligencia la luz (114) A¡,oc., 21. 4. (115) JAC., 1, 17.

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