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ENQUIRIDION DE DEONTOLOGÍA :\!ÉDICA 109 fundamentales de la ética y de la religión. Su voración es noble, sublime; su responsabilidad ante la sociedad es grave; pero Dios no falta nunca para bendecirle por su caridad y por sus esfuerzos, llenos ele devoción y ele sacrificio, para aliviar los sufrimientos de sus hermanos sobre la tierra y para que al médico no le falten las alegrías incomparables del cielo. Nuestra más cordial plegaria es que tal bendición sea concedida por la amorosa bondad de Dios a todos vosotros. DISCURSO D!EL 23 DE FEBRERO DE 1945 A UN GRUPO DE CIRUJANOS DE LAS FUERZAS ALIADAS (105) 98. Honor y respc;nsabilidad del mécfü.:o,-iQué alto es! ¡Qué digno de honor el carácter de vuPstra profoskín ! 1;;1 médico ha sido dPstinado por Pl mismo Dios para servir a las necesidades de la Humanidad paciente. El que ha creado aqtwl cuerpo, abrasado aho– ra por la fiebre o mutilado, lo ha confiado a vuestras manos. El que le ama con un amor eterno os confía este deber, que enno– blece, de devolverle la salud. Vosotros llevaréis al lecho del enfer– mo y a la sala de operaciones algo de la caridad de Dios, dPl amor y la tPrnura de Cristo, el Maestro médico dPl alma y del cuerpo. Aquella caridad no es un sentimiento vacilante y superficial. No traza un diagnóstico para contentarse o para ganar el favor de nadie. Tiene los ojos cerrados tanto para las tentaciones de la ri– queza como para las repugnancias de la pobreza. Tiene cerrados los oídos a la voz de las bajas pasiones, que pedirían una ayuda para realizar el mal. Porque es un amor que abraza a todo el hom– bre, ser lo mismo que vosotros, cuyo cuerpo enfermo está vivifi– cado todavía por un alma inmortal y vinculado con todos los de– rechos de la creación y de la religión a la voluntad de su divino Creador. Aquella voluntad está elararnente impresa para tocios los que la quieren leer, primero en la finalidad esencial que la Natu– raleza claramente asigna a los órganos humanos, y luego positi– vamente en los diez mandamientos. Aquel genuino amor excluirá cualquier razón, por grave que sea, de hacer algo que pudiera con– trariar la suprema voluntad. Por eso el médico digno de su profe– sión, que se dedica a su misión nobilísima con espíritu ele sacri– ficio y sin ningún temor para curar y salvar la vida, rechazará cualquier sugestión recibida en el sentido de destruir la vida, aun– que pueda parecer frágil o humanamente inútil. El sabe que un hombre, mientras no sea reo de algún delito de los que men!cen la pena de muerte, tiene una vida de la que puede disponer sola- (lotl) Ecclesia, V (a. 19451, pág. 153.

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