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108 AGAPITO DE SOBRADILLO profesión en todos los períodos de la historia humana. ¡ Ay del género humano si así no fuera! Porque el médico no maneja ma– teria inerte, aunque fuera preciosísima. I,Jl sufrimiento entre sus manos ha tomado la forma ele una criatura humana: un hombre como él mismo. Aquel enfermo, lo mismo <rne él, tiene su obliga– ción Pn alguna familia, en cloncle rorazones llenos de amor le es– peran con ansia. Tiene una misión que cumplir, aunque sea hu– milde. en la soriedad humana; más aún: aquel ser enfermo y es– tropeado tiene una cita dada para la eternidad. Cuando el cuerpo haya dejado de respirar comenzará una vida inmortal, cuya alegría o miseria será el éxito o el fraraso ante Dios de su misión terrenal. Preciosa rriatura, obra clel amor omnipotente de Dios. F:spíritu y polvo unidos para formar una imagen del Infinito, que vive en el tiempo y en el espacio, pero destinado a nna meta que va más allá cl<,l uno y del otro. Parte del Universo crc•ado so– lamp11tP, pero destinado a participar de la gloria y dPl gozo del C'reaclor. El hombre, que se pone en las manos ele] médico es algo más que nervios, tujiclos, sangre y órganos. Y, a pesar de que se llama al médico precisanwnte para curar d cLwrpo, murhas vc,ces tie1w que dar consejos, tomar decisiones, formular principios que tocan al espíritu del hombn, y a su c!Pstino ptt,rno. Y, después de todo, lo que tiene qup trat:ir es a un hombre, a un hombre com– puesto ele cuerpo y alma, que tiene intereses temporales, pero tam– bién pternos, y así como sus interes,'s temporales y su r€'sponsa– bilidacl para con la familia y la socil;dacl no pueden ser sacrificados a sus caprichos o a los dc•,wspcraclos clPseos ele sus pasiones, así también sus interesPs eternos y sn responsabilidad ante, Dios no pueden jam,ís estar suborclinados a cualquier provecho temporal. Así. pues. como recit,ntPmente decíamos hablando a los mfcli– cos pertened(mtPs a la Unión Italiana de San Lucas, ex\ste una se– rie de principios y reglas prácticas que determinan el uso y el den,cho ele elisponpr de los órganos y ele los miembros del cuerpo, y que son obligatorios para la persona de que SP trata y para el médico cuyo consejo ha siclo pedido. Porque el hombre no rs, en rpaliclacl y absolutamente, el propietario y duPüo fü) su cuerpo, sino que tiene solanwnte su uso, y Dios no le IJLH:de 1wrmitir qU(' lo use ele una ma1wra contraria a los finPs intrínsc 0 cos y naturales quP están ya determinados como funciones de sus din'rs,1s partes. Es, pnPs, clara cosa, como Nos hemos observa!'i.o en la misma ocasión, que la profpsión ele la Medicina pone a sus representan– tes con toda precisión dentro de la órbita del orclPn moral para ser gobernados en su actividad por aquellas leyrn. El médico no puPde ir más allá c1e las fronteras ele la morali– dad, trátese de enseñar, o de dar un consejo, o ele prescribir un remedio o un tratamiento. No puede destacarse de los principios

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