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JfüQUIRJDION DE DEONTOLOGÍA MÉDICA 107 dro llamó «médico carísimo», escribió en su evangelio : «Cuando ya había caído el sol, todos los que tenían enfermos atacados por diversas enfermedades los llevaban a Jesús, y El, imponiendo a cada uno las manos, los sanaba.» Sin poseer esta virtud prodigio– sa, el médico católico que es realmente como su profesión y su vida cristiana exigen, verá que todas las miserias humanas se re– fugian junto a él y le piden a su mano benéfica que se extienda y se apoye sobre ellos, y Dios bendecirá su ciencia y su pericia para que pueda curar a muchos, y cuando esto no lo consiga, procure, ai menos, alivio y consuelo a los afligidos. Con el deseo de que tan preciosa gracia os sea abundantemente concedida en vuestra múltiple actividad, damos de todo corazón a todos vosotros aquí presentes, a vuestras familias, a todos los que lleváis en el deseo y en afecto, a los enfermos confiados a vues– tros cuidados, nuestra paternal bendición apostólica. ALOCUCION DEL 30 DE ENERO DE 1945 A UN CRUPO DE MEDICOS ESPECIALISTAS DE LAS FUERZAS ARMADAS (105) 97. El médico no puede ir más allá de las fronteras de la moralidad,-Vuestra presencia, ¡ oh señores!, ofrece con viveza a nuestra mente una parábola contada hace casi dos mil aúos por Jesucristo, el Médico Divino, cuando con tanta bondad vivía entre los hombres. Es la historia del buen samaritano, que con evidente razón ha sido recogida por el Evangelio de San Lucas, médico él mismo. La escena se describe de la manera que todos conocéis: Un camino desierto, un hombre herido, abandonado y chorreando sangre, que yace en el camino. Evidentemente que se trata de víc– tima de los ladrones, que le han despojado de todo después de vio– lenta lucha. El buen samaritano, apresurámlose hacia su casa, le ve, se para, se tira de la cabalgadura y se inclina sobre el extran– jero que padece. Examina con amor sus heridas, les aplica amable– mente aceite y vino para limpiarlas y para curarlas, le levanta y le pone sobre su cabalgadura, le lleva hasta la posada más cercana, en donde da órdenes para que se le cure con especial cuidado; nada se ahorre hasta que cure completamente. La escena será diferente, según las circunstancias, como vues– tra experiencia os lo enseña; pero el espíritu de abnegación, el de estar dispuestos y sacrificados, inspirados en los más altos princi– pios que llevan al sacrificio de sí mismo en favor de otro, de ter– nura y de amor, es siempre el mismo, el que caracteriza vuestra (105) Ecclesia, V (a. 1945), pág. 128.
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