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104 c\GAPITO DE SOBRADILLO pleno desarrollo, o llegada finalmente al tl;rrnino, que de la vida de un hombre que no es reo con la pena de muerte solamente es dueño Dios. El médico no tiene derecho a disponer de la vida del niño o de la madre. Nadie en el mundo, ninguna persona privada, ningún poder humano puede autorizarle a su directa destrucción. Su oficio no es destruir la vida, sino salvarla. Principios funclamen– tales e inmutables que la Iglesia, en el curso de los últimos dece– nios, se ha visto en la necesidad de proclamar repetidamente y con toda claridad contra las opiniones y los métodos opuestos. I~n las resoluciones y en los decTE)tos cli,l magisté!rio eclesiástico, el mé– dico católico encuentra, por lo que a éste se refiere, una guía segu– ra para su juicio teórico y para su conducta práctica. 91. La genernción y la eclamación cle la prole.---Pero hay en ct!l orden moral un vasto campo qlw requiere en el rnéclico especial claridad de principios y seguridad de acción. Es aquel en que, fer– mentan las misteriosas energías puestas por Dios en el organismo del hombre y de la mujer para hacer surgir vidas nuevas. 1 1 :s un poder natural del que el mismo Creador ha detPrrninado la estruc– tura y las formas csenciaks de actividad con un fin pn~ciso y con los deberes correspondientes, a los que el hombre e:-1tá sometido en todo uso consciente dP aquc>lla facultad. El fin principal, al que los secundarios qlwd:m esenc:ialmLmte subordinados, querido por la naturaleza en este uso es la propagación de la villa :-· de la edu– cación de la prole. SolamHlte el matrimonio, n'gulado por Dios mismo l!n su es,•ncia y en sus propiedades, asegura lo uno y lo otro, conforme al bien y a la dignidad no meno,; ch; la 11role que de los padres. Es la única norma que ilumina y rlirige toda esta clPlicada materia, norma a la que en todos los casos concretos, en todas las cuestiones especiales, habrá que volver; norma, en fin, cuya fiPl observancia garantiza en este punto la sanidad mor::l y física de los individuos y ele la sociedad. 92. \Ful'l!estas trar,sgresiones ole las leyes cl~ la Nab.1rnleza. No debería resultar difícil para el m(>clico el cornpn•nder esta inma– nente finalidad, profundamente arraigada en la Natnralc 0 za, para afirmarla y aplicarla con íntima convicción en su actividad cientí– fica y práctica. No raramentP él, más que Pl mismo te<ílogo, mere– cerá ser creído cuando amoneste y adviert« que todo el que ofende y viola las leyes ele la Naturaleza, antes o después tendrá que su– frir las funestas consecuencias en su valor personal y en su inte– gridad física y cívica. He ahí un joven que, bajo el impulso de las nacientes pasiones, recurre al médico; he ahí los novios que, en vista de sus próximas nupcias, le piden consejo que no raramente, y por desgracia, es en sentido contrario a la Naturaleza y a la ho-

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