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ENQUIRIDION DE DEONTOLOGÍA ll!ÉDICA lUl aclarado y manifestado por la luz de la razón. Nos referimos al dolor y a la muerte. Sin duda ninguna, el dolor físico tiene tam– bién una función natural y saludable. Es una señal de alarma que descubre el nacimiento y el desarrollo, a veces insidioso, de la en– fermedad oculta e induce e impulsa a procurar el remedio. Pero el médico encuentra inevitablemente el dolor y la muerte en el curso de sus investigaciones científicas como un problema del cual el espíritu no tiene la clave. Y en el ejercicio de su profesión, como una ley inevitable y misteriosa, frente a la que muchas veces su ¡¡rte queda impotc!1ite )- su compasión resulta est0ril, puede for– marse su diagnóstico conforme a todos los elementos del laborato– rio y ele la clínica; formular su pronóstico conforme a todas las exigencias ele la Ciencia; pPro en el fondo de su conciencia, de su corazón de hombre y de estudioso notará que la explicación de aquel enigma se empeña en escaparse. Sufre por ello, le atenaza inexorablemente la angustia hasta qm, puede obtener una rsspues– ta que, aunque no completa, corno existe pn el misterio de los de– signios de Dios y Que dPscubrirá en la Eternidacl, hasta, sin em– bargo. para tranquilizar a sn alma. He aQuí la rPsplwsta: Dios, al crear al hombre, por un don gra– tuito le había eximido clP aquella ley natural que en todo cuerpo vivo y corpóreo instituye. Ja~n su dPstino no había querido intro– ducir el dolor y la mm,rtc. ID! pecado los introduce. PPro Jaj], padn, ch' las l\:Iisericonfüis, los ha tomado en sus ma– nos, los ha hecho pasar por el cuerpo, por las venas, por Pl cora– Z<Ín ele su amado Hijo, Dios como El, hecho hombre para ser Sal– vador clel mundo. Así, el dolor y la muerte para toclo hombre que no rechace a Cristo, se han convPrticlo en medios ele rPdPrn'ión y santificación. Así, la vía clPl gé•nero humano, que clPsliza a lo largo v bajo el signo clc! la Cruz, y hajo la ley clel clolor y ele, la rrnwrte, mientras que acá abajo madura y purifica el alma, le conduce a la felicidad sin límites ele una vida que no tiene fin. Sufrir, morir, son, si quc,remos usar la audaz expresión clel Apóstol dP las Gen– tes, la locura de Dios, locura más sabia que tocla la sabiduría ele los hombres. A la luz de la revelación, el piadoso autor de la «Imitación ele Cristo)) pudo escribir en el capítulo XII de su segundo libro el camino real ele la Santa Cruz, que reluce con la m(is aclmirallle l'Omprensión y la más alta sabiduría cristiana ele la vida. Así. pues, frente al mlsterioso probll'ma ele! clolor, ¿qué rPs– lJUPsta poclrá dar el médico a sí mismo? ¿ Cu(il el infeliz que la en– fermedad abate en un oscuro sopor y que se alza contra el sufri– miento y la muerte? Solamente un corazón puro y una fe viva y profunda sabrán •encontrar acentos de íntima sinceridad y convicción capaces de

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