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98 AGAPITO DE SOBRADILLO teridad las líneas de sus facciones, uno de aquellos personajes llama en cambio la atención del que le mira por la viveza y profundidad de su expresión. Con el rostro atentísimo, deteniendo la respiración, hunde la mirada en la herida abierta, ansioso de leer el secreto ele aquellas entrañas, ávido de arrancar a la muerte los secretos de la vida. La Anatomía, ciencia admirable en su campo por todo lo que revela, tiene la virtud de transportar la mente a regiones aún más vastas y elevadas. Lo sabía, lo sentía el gran Morgagni, cuando durante una sesión de disección, dejando caer de sus manos el bisturí, ex– clamó: «¡Oh, si yo pudiera amar a Dios como le conozco!». Porque si la Anatomía manifiesta la potencia del Creador en el estudio de la materia, la Fisiología penetra en las funciones del organismo maravilloso; la Biología descubre las leyes de la vida, sus condicio– nes, sus exigencias, sus generosas liberalidades; la Medicina y la Cirugía, artes providenciales, aplican todas estas ciencias a la de– fensa del cuerpo humano, tan frágil como perfecto; a reparar sus pérdidas, a curar sus enfermedades. Además, el médico, más que ningún otro, interviene en todas partes no menos con su corazón que con su inteligencia. No trata una materia inerte, aunque pre– ciosa. Es un hombre como él; un semejante suyo, un hermano, el que sufre entre sus manos. Pero, además, este paciente no es una criatura aislada; es una persona que tiene su puesto y sus deberes en la familia; su misión, aunque sea humilde en la sociedad. Más todavía: el médico cristiano no pierde jamás de vista que su en– fermo, su herido, que gracias a sus cuidados seguirá viviendo un tiempo más o menos largo, o a pesar de sus atenciones morirá, está en camino de una vida inmortal, y que las disposiciones del enfermo, en el momento definitivo del fallo, depende de su desgra– cia o su eterna felicidad. 83. Normas por lo que se refiere a hombre en particular.– El hombre compuesto de materia y espíritu, elemento él mismo del orden universal de los seres, se dirige efecti\•amente en su ca– rrera sobre la tierra hacia un término más allá del tiempo, hacia un fin por encima de la naturaleza. De esta compenetración ele la materia y clel espíritu en la perfecta unidad del cuerpo humano, de esta participación en el movimiento de toda una creación visible, se sigue que el médico frecuentemente tiene que dar consejo, to– mar determinaciones, formular principios que, aunque están di– rectamente a la cura del cuerpo, de sus miembros y de sus órga– nos, interesan, sin embargo, al alma y a sus facultades, al destino .sobrenatural clel hombre y a su misión social. Ahora bien: si no se tiene siempre presente esta composición del hombre, su puesto, su oficio en el orden universal de los seres,
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