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2-1 Mis treinta y ci nco años de Misi ón en la Alta Etiopía t ante y alejado del verdadero espíritu apostólico y evangélico, que parét él es ya un enigma. Ni es ca paz de comprenderl o por más que lo vea palpable en nuestro clero católico. Un sacerdote romano, an te sus ojos, es un ser misterioso, y su vida, su labori osi dad, su abnegación, es oca– sión de celos, de renc:ll as y odios. Y la razón es muy senci ll a. El pobre sacerdote hereje es incapaz de comprender la fuente del verdadero celo del sacerdote católico, porque acostumbrado como está a consi derar su estado cual simple oficio material con el solo fin del lucro temporal que de ahí se deriva, no le es fácil persuadirse que puedan elevarse los demás a conceptos y acciones superiores y más dignos. Semejant e decadencia del clero hereje ori en tal no proviene del cisma, sino mfü; bien éste se origi na de aquélla. Quien haya leído seriamen te la historia del imperio bizantino, no podrá menos de convencerse que tal enfermedad es muy an tigua en Oriente y comenzó en los tiempos del Arrianismo. Entonces, aquellH herejía, para sostenerse, se arrimó al im– perio, y así el clero se habituó a las intrigas y facc iones de la Corte, la simonía, empleada como medio ordinario, corrompió todavía más la dig– nidad sacerdotal y la alejó del verdadero espíritu evangélico. Después, bajo el imper io mahometano, la corrupción se hizo general; el clero alto, t omc111do parte en la administración del estado civil bajo la inmediata dependencia de un gobierno enemigo y pagano, terminó por ser una de tan tas razas musulmanas, diferenciándose sólo de éstas por ciertas prácticas externas de cu lto y de simple formulismo ; pero sin aquel espíritu interno que proviene del Evangelio y es alimentado con la gracia del Espíritu Santo. 4. Vanos esfuerzos para unir a los cismcíticos .-Y esa es la causa de que la Ig lesia Católica, a pesar de sus con tin uos trabajos para unir el imperi o bizantino y conc luir con ese cisma que desgarra su uni– dad, no haya logrado más que conversiones fingidas y victorias pasaje– rns; pues todas esw, conversiones, teniendo en cuenta la genera l corrup– <:ión, eran movidas por fin es secundari os y aviesos que no pueden ser duraderos . No debemos tampoco echa r en olvido que en Ori ente dominó primero la raza gr iega que la latin a, y si la fuerza romana antes del Cristianismo consiguió someterla a su dominio, no consigu ió dominar así su orgullo, an tes al con trario, el orgull o se convirtió en odio, y al resta– blecimi ento del imperio en Orie,;te ese odio se acrecentó sobremanera y Bizancio miróla siempre con ojos chispeantes de rencor, que fi un devora a la raza griega y a la greco-eslava . Y aquí es menester decir que el pueblo latino ha cometido un grave error al poner la corona sobre la ca– beza de Aten as, siendo precisamente ella la enemiga más tenaz y renco– rosa del Occidente. Bastaría para convencerse de ello, considera r un poco at entamente el esb:i do de la Jerusalén de nuestros días. 5. Ocasión favorable abandonada. - Ocasión muy propicia se presen tó a los pueblos occidentales a fines del pasado siglo, para abrir las puertas del Oriente al predominio latino. con grande esperanza y porveni r favorable para la religión, t an to en el Asia como en el Afri ca, y fué la de las victorias conseguidas por el ejército francés, cupi tanea do por el joven Bonaparte en las guerrns de las Pirámides. Pero 110 se comprendió . Desgraciadamente aquella campaña gloriosa la realizaba

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