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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 23 medades peligrosaE para los euro¡:,eos, lo cual era digno de tenerse en cuenta; pues una enfermedad en esta ocasión trastorn aría todos nuestros planes. CAPÍTULO III PRIMERAS OBSERVACIONES ACERCA DE LOS ORIENTALES 1. la ciudad de Alejandria. - Voy a interrumpir aquí ur. momento la narración de mi viaje, para decir algo de las impresiones que recibí con respecto a los orientales en aquellos pocos días que me detuve en Alejandría. Al presentP la he visto muchas veces, pero las primeras im– presiones son siemp, e indelebles, y tal vez las más verídicas y las que más dominio ejercen en la mente del hombre. Hoy Alej an dría es ya casi una ciudad europea, mas cuando lleg ué yo el año 1846 era cosa muy distinta. Eran ento11ces los tiempos heroicos de aquel país, ti empos de resurgi111iento y renovación; conocí a muchos de los qne trabajaron por levantar aquella ci udad del fango en que la habían sumido largos años de gobierno musulmán y las leyes del inmundo código de Mahoma. 2. Corrupción de los cristianos de Oriente. - Es cierto que de muy an tiguo exbtía allí un a numerosa cristiandad de diversas razas y ritos diferentes; pero aquell os benditos cristianc,s de Oriente, separados del cuerpo místico de 11:1 IJ;lesin católica, bajo el férreo yugo de los tur– cos y úrabes, de tal manern se embrutecieron y envilecieron en la escla– vitud, que lejos de hacer brillar su fe religiosa edificando a sus infieles dominadores, como lo habían hecho los ca tólicos occidentales ::on los godos y demás pL1eblos búrbaros, sirviéronles más bien de piedra de es– cándalo; débil y casi muerta su fe interna, mantenida sólo en ciertas prácticas exteriores, descen dieron , en ,michos puntos de moralidé1d, más abajo que los mismos musulmanes, imitándolos en sus costumbres como hace el esclavo con su se,ior. Yo mismo oía a muchos de ellos vanaglo– riarse de la circuncisión, despreciando al europeo por incircunciso; veía– les poner en ridículo la confesión sacramental (que sin embargo conser– van aún y profanan con facilidad) teniendo en mucho la inmunda e inmo– ral purificación de los musulmanes, que practican escrupulosamente los legos antes de comulgar y los sacerdotes antes de celebrar la Misa, ¡po– bres herejes ! Tuve que luchar lo indecible a fin de quitar y desarraigar de algunos prosélitos ciertos usos y costumbres de ese género. L a fe del cristiano hereje de Oriente no es más que honor nacional y amor patrió– tico y de simple raza, y a veces una pasión todavía harto mús 0aja y de– gradante, es decir, un medio de material interés, y cabalmente por eso es tan voluble como la luna, siempre a merced de las vi cisi tudes a que está sujeta la sociedad civil. 3. El clero oriental: Origen de su corrupción.-Más degradado aun que el pueblo, estú el clero herético oriental. Se encuentra t ':ln dis-

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