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228 ,\lis treinta} cinco años d1:_1'\lisiún en la Alta Etiop-ía encuéntra al paso. Aún más, para colmo de mis males, mi improvisado eeposo y su cdimpísimiP hermana al hacer las citadas albundiguillas, no dejaban de llexarse las manos a la cabeza dL· cuando e11 cuando, rnscarse activamente y recomponer su engrasada ca!wllera y continuar sin inte– rrupción la faena de preparar albondiguillas para la esposa. Cada vez qut· me tocaba recibir una de esas pelotillas. lo celt,braban todos con alegría. prorrumpíendo tc11 aclanwciones, aplau.',o.c, y vítores a la improYi– sada esposa; y todo a costa mía; pue.s crn,fiL·so ingenuamente qm, si al– gún dL, tuve en mi vida, en que pusiera en pníctica el rigurnso espíritu de mortificaci(m y duro sacrificio c1prendiJo en mi seráfica Religión Ca– puchina. ninguno mejor que éste al recibir los honores de.l convite como esposa de Aba Salia. Sin embar~o preciso es que el pobre misionero, que dejó voluntariamente su bie11estar. las comodidades y la trnnquila vida de su país natal, para seguir la voz divina que le llamó a vida dt'. sufrimientos y de abnegación en países de infieles. preciso es. repito. que niya ap1n,jado para sobrellevar toda suerte de contrariedades y mortificaciones que infaliblemente le saldrán al paso en la carrera de sus ,1postólin1s tareas. Trasladado a países incultos. \'ivíendo entre pueblos bárbaros v de costumbres enternmente diversas. las más de las veet's nauseabttncfas y extrafüis, 110 espt're cautivarse su confianza y familiari– dad si se les muestra retraído y esqui\·o. despreciando y tomando en menos los usos y costumbres de su vida doméstica y social. Si quiere in– sinuarse confiadamente en sus ánimos. ganarse su voluntad, recoger el fruto de sus continuas labores apostólicas y preparar un porvenir hala– güeño al pueblo confiado a sus cuidados, no tiene utro remedio que adap– tarse a sus gustos y costumbres, apn'starse con resignación a ciertos nauseabundos usos con los que en su inculta sencillez creen ellos hancr al misionero grande obsequio y que llevarían muy a mal, y tal vez lo tendrían como gravísima ofensa de que indudablemente se vengarían. si el misionero rehusara tales honores. Los que me tenían a mí preparados en esta ocnsiún no pararon aquí que ello fuera gloria si aquí pararan; porque al fin las díchosaó-> ,1lho11di– guillas estaban ya engullidas y la natural repugnancia ve11cid11; pl'ro en el seno del mismo banquete, y al calor de las rojas viandas, se incubaba otro convite más solemne y suntuoso. Al efecto, ,mies de levantar ia mesa, Aba Saha, puesto en pie y con voz vibrante y arengadora. anun– ció ante los comensale, otro banquete al que asistiría todo el Torba Uu– dní. con objeto de celebrar la venida del Abuna Romano, lo cual era como decir que me preparara para tragar nuevas píldoras de ajf>.njo, que no otra cosa venían a ser las referidas albondiguillas elaboradas entre los sucios dedos de la reina Dungui y su «simpático:> hermano. Levanté los ojos al cielo y ofrecí al Sefior aquel nuevo sacrificio, confiando en que redundaría todo en beneficio de la Misión que el Señor quería dar a co– nocer por esos medios, al parecer improporcionados.

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