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18 Mis t1einta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía puso el deseo y la decisión de la dicha S. Congregación, y del mismo Padre Santo, de que nuestra Orden se encargara de organi zar la citada Misión entre los Gal las, nombrando al efecto el personal conveniente que debía llevarl o a cabo. 7. Nombramiento de misioneros y de Vicario Apostólico.-Ter– minada la entrevista con el Cardenal Prefecto, los Superiores Generales procedieron al nombramiento de los misioneros y del Vicario Apostólico que habían de llevar a cabo la magna empresa a nue~tra Orden confiada. En cuanto a los misioneros, dejaron su elección al juicio prudente del Di– rector del colegio de Misiones establecid::i en Roma Rmo . P. Justo de Ca– merino (creado después Cardenal por Pío IX), pues ninguno mejor que él podía conocer a fondo las condiciones y prendas de cada colegial. Mas en cuanto al Vicar io Apostólico, los Superiores con el Director susodi – cho, propusieron a la S. Congregación a aquel a quien juzgaron más apto para ello, perteneciente también al mismo Colegio de Misiones. Pasaron si n embargo dos meses, y el nombre del Vi ca rio Apostólico no aparecía a salir de los centros oficiales del Vaticc1no. Finalmente, a fines de Di– cie'.nbre del año 1845, el Rmo . P. Procurador General de la Orden y Encargadu General del gobierno de las Misiones, recibió orden del so– berano Pontífice de que le presentara un padre grave de la Orden, apto para desempeñar el cargo de Vicario Apostólico . 8. Soy llamado a Roma.-Diez años hc1cia que había yo manifes– tado a mis Superiores de la Provincia del Piamonte la vocación que sentía para las Misiones entre infieles, resuelto sin embargo a no dar un paso en este c1sunto sin el consejo y parecer de los mismos . La ca rta que re– cibí en estos días del Rmo . P. Procurador, Venancio de Turin, me sor– prendió al mismo tiempo que me llenó de consuelo; en ella me decía el Rmo. P. ,< que si mi vocación a las Mis;ones antes manifestada, conti– nuaba todavía, partiese inmediatamente para Rorna ». Hallábame entonces de Definidor de la Provincia y de Lector de Teología en el convento de Turin, y debo confesar ingenuamen te que t an repen tina decisión me sobrecogió por el momento ; el apego a la Orden y a mi Provincia, el afecto a mis estudiantes, en número de treinta, y algunas dudas y temo– res que suelen suscitarse en semejantes ocasiones, me tuvieron perplejo unos instantes. Hacíaseme esta partida para las Misi ones t an sensible como cuando dejando a mis padres y aparüíndome del mundo me retiré al claustro de la vida religi osa . Pero reconociendo en este llamamiento una clara manifestación de la voluntad di vi na, me sobrepuse a todo y resolví partir inmedi atamente para Roma. 9. Salida de Turfn y llegada a Roma. -Con la obediencia y ben– dición de mi P. Provinc ial , Fr. Fulgencio de Carmanola, con fesor del rey Carlos Alberto, al día siguiente de recibir la carta del Rmo. P. Procura– dor , salí de Turín con dirección a Génova, donde me embarqué por pri– mera vez en un buque ll amado «El Castor 1> , desembarcando a los tres días en Civitavequia y llegando al siguiente a Roma. Sucedía esto a me– di ados de Enero del año 1846. 10. Mi visita a la Propaf{anda y al Papa .- En Roma saludé con carii'ioso abrazo a mi antiguo y qutridisimo Lector, P. Venancio de Turín, quien correspondiendo afectuosamen te a mi saludo, me dijo si n embargo

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