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n11ís insolente era la desmoralización de la compañía; eircundacio, en ti,. de gente ::,alvaje, sin el consuelo d. una m<11.o unir.a a c,uien pedir "royo y defensa. Preferible fuera péisarme tres días con tres 1;oches aspin;ndo d pestilente hedor de un lug,1r inmundo que viajar en compañía de gente tan desvergonzoda y libertina. Uno de ellos, ya entraéo en ,:ños, ltié el único que se puso de mi lado; pero en vai;o. 1 orque lo n;otcjaron y t.ur– laron hasta la saciedad. Llegarnos por f111 a Luka. cabeza de partido en hi provincia de Dunkur, y punto de mercado. Alojt•.me en una pobre cho– za en compañía del citado viejo que hacíame de sirviente. Recorrí la po– blación a fin de tomar nuevos informes referentes a mi proyectado vi,ije, y en conclusión deduje que fambién por este camino me era imposible la entrad1 al país galla. D. Situación a¡mrada.--~A eso de las diez de la mafiané1 comenz,ib,1 la gente a acudir a la plaza. Tomé., pues, mi fardo al hombro y en com– pañía del buPn viejo me encaminé también "' lug,ir de·! me1 rndo. Tendí en el suelo una gran piel y sobre cíla expuse el caudal de mi íiemlu: Ta– baco de todas clases, pimienta, azufre, pedernales; estuches ck diversas formas y con hermosos dibujos. coronas musulmanas, ab,ilorios. agujas. tijeras, cuchillos, navajas de afeitar, etc., etc. Encargué al viejo el cui– dado del despacho de la tienda, entretanto discurría yo con ui.os y con otros acerca de lo que a mí mús me interesaba que era h1srnr el c,1mi1,c1 para el p,1ís galla. Mi buen viejo, aunque parecí,1 fiel, 110 había dt·.jado las costumbres musulmanas, y mientras hablaba y disrnrría yo distuddo. él hacía su agosto y robaba de la tienda ctwnto podía. Al entcnirse de esta especie de comedia en plena plaza, comentaban a su placer In esce· na y reían de ello a nrnndibula batiente. No paró en esto; sino que mi despreocupación y poca práctica en el negocio engendró en el ánimo de los circunstantes cierta malig·ia sospecha aClcrca ele mi personalidad y sobre los fines que me traían a aquellas tierras. Ju11tóse a esto la coin– cidencia ele que a mi tienda afluían en mayor abundancia los comprado– res atraídos por el precio bajo a que daba las cosas, y ello contribuyó a exaltar mús los ánimos de los otros vendedorc•s. que \·iéndose perjudi– cados pw,ierun el grito en el cielo. Llegaron a tal extremo las cosas, que impensadamente me ví arnrralado por un sin número de g('lite qur en actitud mnenazadora lanzaba anatemas y maldiciones contra el cristia110. e Decid el credo musulmán ;1, me intimó altaneramente uno Lle los müs atrevidos; y como notaran mi negativ,1, alzaron f 1 1riosos sus palos y bastones queriendo imponerse por la fuerza. A mis \'OClS de ¡auxilio! y ¡por vida de Kassá!, acudió una pareja de guardi,is qtw ten nombre de este general aventurero (el futuro emperador Teodoro, cuyo nombre era temible entre aquellas gentes) recorría la plaza cobrando el tributo. y me sacó de entre aquellos cit·gos fonúticos secuaces de Maho– ma. La presencia de la pareja de guardias y el haber yo invocado el nom– bre de ,-,u jefe fué mi salvación, de lo contrario habría ¡.ierecido a manos de aquellos fieros mahometanos. Pretendían los guardias llevarme a la presencia de su jefe Kassá sa– tisfechos de hallar en aquel país un fiel súbdito de su señor, pero me ex– cusé con mi pobreza que no me permitía ofrecerle obsequio alguno según
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