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172 despacho de la correspondencia; sentado en magnífico sofá, muy orondo y cuellierguido, escribía por su propio puiio las carias, que, cernidas y selladas, tiraba despe.tivarnente b,ijo la mesa. ue donde su sirviente las recogía para edu,rlas al correo. Acabada su tarea ech(¡ sobre mí nna mi– rada feroz, como de león ilirmlo, y diú principio a una larga sarta dl" insultos, improperios y soeces palabras. que creí agotaba la fuente de dicterios del diccionario. ·-¿(,¿m~ es lo que de mí queréi:,?, le dije con imr,acienci,i. --\·oy a meteros preso. me rnnil·stó; ¿por q,:é. no \'inístei,; a pre– sentaros antes de buscar alojamiento en la ciudad? --Porque 110 tenía n(;cesided de \'Os, le repliqué. ¿De qué país suis? --Sov italiano. - Luego sois un ladrón ( 1). Estuve para salir de mis cw,ilhis y repeler con un sr,1:m1te toftctó11 el insulto que en mi persona se irrogaba a mi patria: pero. reprirnit',n– dole. le dije: -- Os ruego. seiior Ciobernador· seüis más comedido y respetuoso con las personas a quienes 110 conon:is. -Pues yo tengo derecho a examinar vuestros documentos: \·earno,, rnáles son ... --Desconozco las lt,yes dd país, y nG St' por tanto hasta donde lleg,1 vuestro derecho; pero quiero co11te11üiros. y ns los \'O.Y a 111ostrnr: pero guardaos muy mucho de abusar de vuestra vepote,wia; porque tal vez lrnyais de pagar caro vuestras insolencias. Apenas vi(J el antógrnfo del Virrey quedlíse petrifírndo de espanto. y como pújaro corrido por el azor, recogió h1s ,ilm, y, b,ilbuceando entre dientes unas palabras de excusa, vol\·i() la es¡rnlda, y se retiró. El des– enlace fut'., bien cómico. Vi(,nchme libre. recogí f! tocfo prisa mis papeles. y, sin otra despedida. salí de palacio. 5. Fin de la escena.--No habían transcurrido veinticuatro horas. y el gobernador estaba ya en mi casa hecho una malva. ¡Cwí11 presto amansa la sombra del temor a quien la f11erza armada no p11ed,1 tal Vt'Z vencer! Aquel pobre hombnc que en su palacio (,ra PI orgullo personifi– cado, en pocas horas quedó tan maravillosanwnüc trocado, que se volvió indeciso y dócil como un niiio. Pero nada tiene de extraiio; el temor tor· na dóciles a las mús i11dó111itas fieras y vueln~ cuerdos a los m,ís furiosos locos. Apenas entró en mi casa se me echó a los pies, y con hígrimas y sollozos me pedía perdón. dúndome mil excusa-; y explicaciones de su 11,al comportamiento conmigo. Pero 110 le hice caso. Ornpado en la pn~para– ción del viaje, díjele dos o tres palabn,s de disculpa, y continu{, 111i tarea. Por fin, al despedirme, me in\'itó a comer Pll su casa, lo que rehuse con hacimiento de. gracias. Los circnnstantes que me veían tratar con esa libertad y firmeza a la primera autoridad del país. temieron por la vida y (1) .\ la n'nlnd, mueho:-: dt• lo~ t•uligrautPs italiano~ ípH' 111oraha11 en t'~P pni~ hahia11 ~ido cau:-;a dP la difamaeion dP s11 pa1r a con ~u:-; cmTompida~ coslttmhrP,._. Falto~ dP J'P('111·~ :-so:-,;., dPdicúha11:,-;t• al h11rlo y a la rnp f1a; r dr• ahi la mala fama q11t• !(is ~l'g-11ia como la :-:-om lira al cnerpo.

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