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170 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etíorja de sed. Ei recipiente más adecuado para ello es el odre, que debE'rá ocultarse cuanto sea posible, a los rayos dei sol, y en los puntos de paracli1 colgarlo de algún árbol o estaca fija, o, por lo menos, echarlo en tierra sobre una o más pieles, a fin de libnirlo de las picaduras de los insectos que pudien,n horadarlo. Es siempre mucho mejor v 1mb acerfodo hacer el camino de noche, sobre todo cuando hay lu1w. pt1es el excesivo calor y los rayos directos del sol podrían Hcarrear g, a\'e daño H la s:tlud. Fuera de esto, no hay otra cosa que teme,; rorque en el desierto no suelen acometer las fierns ni los ladro, es, los mismos aCCJmp:iñantes suelen ser de confianza. La imprescindible necesidad de presentarse a las autoridadc>s en cada lugar y la ineludible carg,1 de rendir cuentas al fin del vi,1je, les pone freno en sus modales y le--; hace fieles y atentos con los extraños, '.2. Furiosa tempestad df' arena.--Nlis sirviente:, eran tres be– duino,-, de índole pacífi,·a, si1Kcros y formales a carta cabal. Su atei;– ción y carifio eran extremados. a que yo correspondía con afoct11os1:s palabrns y frecw:IIÍE'S regalos de frutas, y bebidas apetecibles. Uno de ellos hijo del jefe de l,1 caravana, joven de quince a diez y sei,.; afíos. era de simplicidad infantil. No cubría sus carnes vestido alguno. y sólo un corto taparrabos ocultaba sn den~ncia, y aun se lo arrebu– jaba " la cabeza a guisa de turbante,, cuando le molesblw el sol. Los otros dos. ya entrado,-, e11 afios, se distinguían por su escrupu¡( sidad en 1,: ,,bservancia de los precl'ptos del Korún. Jam{Js dejaban de hacer a su hor,1 la oración rnus,iln:ana que comienzan siempre por la purificación litúrgica (l), y en hahi(;mlo escasez de agua súplenla con arena qtw se echan a his espaldas. A ellos debo la vida en la aciaga avc'ntura qne voy a referir: Declinaba e! sol en ;,u carrera ~obre el horizonte, y en lonta– nanza parpadeaba sigilosamcnü~ un nubarrón anunciando s1i venida con débile-; y paulatinos truenos. Nada me arredaba a mí, que de labios bien inforni:1dos, sabía no carcr una gota de ngua en la inmensidad del desi1ér– to: caminaba airoso y confiado menospreci,mdo el tcmorcillo que insis– tente pujab,: por metC,rseme en el cuerpo; pero otra cosa leía en l'l rostro ¡wnsiitiYo de mis acompaíiantes. El relincho esponhíneo dt•l camello arn– hó de persuadirme se trataba de ,ilgtín suceso raro y p,,ligroso.--¿Su– brc\'t'11dra11os :!lgo r1dverso?---pregm1té.--Nada. no ternüis, no hay peli– gro.-- El nulwrron echübase encima a todo correr, y encapotado el cielo y rebmbando el trueno en el espacio, comienza a descargar tal cantidad de nrena, qne creí qtwdar allí enterrado; hicimos alto, y nos cobija– rnos ni abrigo del equipaje. pero nada era bastante a detl'ner fo co– piosa lluvia de arena que a torrentes caía sobre nuestros hombros. J\lis comp.111eros, más prücticos y diestros en la lucha con tan tremendas fu– rias, daban continuos saltos y se sacudían frecuentemente la espalda para despedir la pegajosa arena. Yo, acurrucado entre los fardos del c>quip:ije, reíame de sus saltos, menospreci1111do el aviso. Quise una vez (1) t·no 1le lo:-; principales prt'Cf'plns d(•l l{orúu e::- la pnrificaciún diaria, qrn· consislt> e11 11I1 lavado g-PIH'ral d¡• todo PI currpo dt1 piJs n cnllf'Zf\. Eslr acto pnra los musulmarws r-~ cnl!lO la prohúLc·a piscina para todas la:-. f'IIínrnH•dadPs. Lo:,; mús hOITPndos crimt'Ht'S q11(' dan t·on Plln horrado:--, y e-1 homhrP SP torna mú~ hlanro tllH' la nif'VP.

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