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CAPÍTULO rl EL MONASTERIO DE S. ANTO~IO 1. Navegando por el Nilo. ---Cualquier explorador científico qm· marchara en busca de nuevas tierras, habría hecho fortuna en el viaje. que yo tuve por el Nilo en esa fecha. Desfilaron ante mi vista panorn– mas encantadores que la viva im;iginación de un joven sería capaz de pintar como reflejos del Edén; episodio~ curio~ísirnos y en extremo inte-. /-esantes. Las notas y apuntes que tome corrieron la mala suerte de lo:-– demás, extraviándoseme en lc1 persecución de Kafa en el 18fi:. y ¡1hora apenas tengo memoria de lo más notable y saliente. La navegación por eí Nilo era en verdad amena y variada, sobre todo si picaba favorable el viento. y el fondo admitía gran caladó. Nuestrn marcha era a vela desplegada día y noche, más al quinto día cambiamos de plan y empezamos a navegar solamente de día a causa de los mucho:-– escollos de que estaba erizado el río y por el peligro que orasionalwn los muchos coccdrilos que infestaban el alto Nilo. Al cabo de diez días desembarqué en una importante población a la:-– márgenes del río, y cuyo nombre se borró de mi memoria. Sólo sé ·qm· tenía gobernrdor civil y un obispo copto: habitaban también en ella mi-, sioneros católicos, a q1tienes .Yisité despúés de cumplimentar a las auto– ridades. Al presentar mis rernme11dacio1ws al obispo y ver 'éste la firnw de su superior jenírquico. ·tomó eil sus manos las 1.etras comendaticia" imprimiendo en ellas un respetuoso ósculo de ven~raciún. Maiiifestéles mi deseo de Yisitar el célebre l\1onasterio de San _Antonio, rogándole" me favorP,,;,,sen con su apoyo y recomendación. que al instante me fu(, expedid,J · · 2. Camino ele/ ,Wonasterio.- Bien pertrechado de podert'.S y re( o– mendHcicmes me trasladé. seglÍn indicaciones del obispo, a una ,ilde,i próxima, pl'nto de una pequei'ía residencia aneja al Monasterio. Benestwt tra el nomh~e de esa ,ildea, compuesta de unos cien vecinos en su mayo-– ría labradort".s, y los restantes empleados en el servicio de ambos ;\lo– nasterios de San Antonio y San Pablo. Dejando aquí todo mi equipaje emprendí desembarazado la marcha hacia el Monasterio acompafü1do de cuatro personas, cuyo jefe era uno de los monjes residentes en la aldea. Solamente el monje hablaba la lengua franca que es el italiano corrompi– do del Cairo, y con él únicamente podía entretener las arideces del ca– mino: pero desgraciadan,ente era trn libertino y dPsvergonzado en sus conversaciones que más de una vez me sacó los colores al rostro. Y ern lo peor que. suponiéndome simple seglar. dirigíame preguntas y consul– tas tan soeces e indecentes, que me veía perplejo y no acertaba con el medio de librarme de tan importuna cDrnpañía. Los otros. al parecer mús honrados y formales que él, entretenidos en sus asuntos, y hablando un

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