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PREFACIO DEL AUTOR Después de treinta y cinco afias de apostolado entre pueblos bárbaros y musulmanes, condenado al destierro y alejado por octava vez de aque– llos países que habían sido el objeto de mis fatigas y de mi predilección, y donde esperaba concluir mis días y dejar allí mi cuerpo, me había retira– do a esta capital del mundo católico para co.1tinuar ayudando desde aquí a mis hijos los etíopes, a lo menos con la oración, y prepararme al mismo tiempo para el difícil tránsito de la muerte; cuando, sin yo pensarlo, me fué impuesto por mis superiores que .escribiese la historia de mi larga Misión. Al principio me negué resueltamente, porque en edad tan avanzada, debilitado en lo físico y abatido en lo moral, creía imposible poder tomar a mi cargo un trabajo b;n largo y pesado. Por otra parte, no era del caso arriesg,mne, pues habiendo perdido en mis persecuc iones todos los es– critos y apuntes, me veía privado por esta causa de las muchas notas, memorias y datos que con paciencia había re ogido en tantos afias para ayuda siquiera (ya que no mía) de quienes hubiesei1 querido ocuparse de aquella Misión. Además, sin hábito de estudio, sobre todo de filología, ya desde mucho tiempo, y acostumbrado a hablar y escribir en lenguas totalmente distintas de la nuestra, difícilmente podría adaptarme al gusto de los modernos lectores, los cuales ca!:>i atiende11 más al adorno externo del lenguaje que al fondo de la idea. T odas estas dificultades, para mí muy grandes, expuse ingenuamen– te y repetidas veces a mis superiores para apoyar mi repu lsa, pero nada me valieron. Siempre me contestaban: Escriba lo que recuerde, y de la manera mejor que sepa. Sólo, pues, la voz de la obediencia me determi– nó a emprender este trabajo, con la esperanza siempre de que mis escri - tos quedarían en los archivos de la Propaganda o de mi Orden, para que sirviesen de luz a quienes quisieran conocer algo de aquellas lejanas tierras y de sus olvidadas gentes. Pero aun en esto sufrí desengaño; pues absolutamente se quiso y por personajes autorizados e íntimos ami – gos, que mis pobres escritos se imprimiesen y salieran a luz pública. Lo presento, pues , al público, con temor; pero confiado también en que tendrán favorable acogida y benévola compasión. En ellos no encon– trarán mis lectores ciertamente el brío que da el ardor de la juventud ni el vigor de una mente robusta, sino lé1fatigosa dicción de un hombre que, pasado ya de los setenta afias y encanecido entre salvajes, consu– mido por privaciones, contrastes y sacrificios de toda especie, sin otra ayudé1 que su vacilante memoria, reune, cua l anciano abuelito, en torno

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